28. Un lugar seguro
Gabriel
Si alguien me hubiera dicho que estaría un viernes por la tarde en una dulcería viendo a un niño de tres años comerse una torta de chocolate en una llamada “Tarde de hombres” me habría burlado en su cara.
Pero aquí estoy, escuchando atentamente como el pequeño me cuenta que su madre insiste en que yo no soy en realidad un príncipe. La sola idea de imaginar a Catalina tratando de convencer al niño de que deje de llamarse de esa forma, sin conseguirlo, hace que una sonrisa se forme en mis labios.
—¿Entonces tu mamá no cree que sea un príncipe?—le pregunto a Samuel mientras lo veo atacar su postre de chocolate como si no hubiera comido en días.
El niño asiente con entusiasmo, tiene la cara toda untada de crema, y una cucharada a medio camino hacia su boca. Me saca una sonrisa. No puedo evitarlo y tomando una servilleta lo limpio un poco.
—Ella dice que no eles un plíncipe de veldad, pelo yo sí creo que lo eles—responde, mientras mastica con la boca llena. —Polque te paleces a uno.