2- Él la mató...

Catalina

Han pasado tres semanas desde que mi mundo se derrumbó.

Veintiún días desde que Gabrie, el hombre del que he estado enamorada en los últimos dos años y al que le he entregado mi alma y mi cuerpo, me echó de su vida como si nunca hubiera existido.

He intentado hablar con él, decirle del embarazo, pero me tiene bloqueada de todos los medios y cada vez que intento buscarlo en la empresa soy echada como un perro, hasta que ya me han amenazado con envíar a la policía, no puedo hacer más nada.

Desde entonces, cada día ha sido una batalla silenciosa contra la desesperanza.

Estoy en una pensión vieja, casi al borde de caerse. La señora que la atiende no me molesta mientras pague. Pero el problema es ese: ya casi no tengo dinero. 

Durante los dos años que trabajé en la empresa, todo mi dinero se destinó a pagar por mi abuela. Mi viejita….

Después de que mis padres murieron en un accidente automovilístico, mi abuela y yo dependíamos la una de la otra, pero ella sufría de insuficiencia renal, además de tener problemas cardíacos, y cuándo lo que sea que hubo entre Gabriel y yo empezó… él me ayudó.

La interné en el mejor hospital de la ciudad, que era muy caro, pero nuevamente él me ayudaba…  pues una vez que dejara el tratamiento de diálisis, moriría. Esa no era una opción.

Ella es todo lo que tengo. Es quién ha estado para mi desde que mis padres murieron, la que me educó, me pagó mis cursos y me dijo siempre que yo podía ser más.

Se lo debo todo.

Por eso ahora no sé qué hacer. La fecha del pago en el hospital de este mes está cerca y si lo hago, entonces me quedaré sin nada más. Lo poco que tenía en la cuenta se fue en pagar esa habitación diminuta, un par de comidas y una consulta médica barata que me confirmara lo que ya sabía: estoy embarazada.

Y eso significa que ya no se trata solo de mi, ahora hay una personita creciendo en mi interior que me necesita, debo salir de esto.

He tocado puertas. Muchas. Pero en cuanto digo que trabajaba para Industrias San Román, todo se enfría. Las miradas cambian. Las respuestas son amables, pero vacías. 

Ya nadie quiere contratar a una “traidora corporativa” y no debo ser adivina para saber que todo esto es obra de Gabriel.

Intenté buscar ayuda. Pensé en viejos conocidos, compañeros de estudio, incluso profesores de mi curso técnico. Pero no más tengo familia. Las amistades que tuve en la universidad ya no existen. La mayoría no saben ni que sigo viva.

Me levanto del colchón delgado y reviso mi bolso. Quedan unos cuantos billetes arrugados y dos monedas. Suficiente para una comida, tal vez.

Mis manos van a mi vientre y tomo una de las vitaminas prenatales que compré, porque sin importar qué suceda, voy a cuidar a mi bebé.

Sin embargo, una llamada proveniente del hospital consigue que todo mi cuerpo se tense y con manos temblorosas sostengo el aparato contra mi oreja.

—¿Diga…?

—Señota Catalina, le hablamos del Hospital General, lamentamos mucho informarle que su abuela, la señora Virginia ha fallecido debido a una….

Las palabras se difuminan y siento como si el tiempo se congelara a mi alrededor en el mismo instante en que un sollozo roto sale de mi garanta.

No…. mi viejita no, por favor. Ella no….

Mi ojos van a la carta del hospital cobrando por el tratamiento, ese que hace un mes no se hacía porque San Román me dejo en la quiebra… solo pensar en él, en lo que me hizo, en lo que ha provocado, hace que un odio y un dolo agudo me llenen por completo.

Él la ha matado. Mi abuela murió por su culpa.

Con todo el cuerpo temblando, tomo el celular del suelo y salgo corriendo hacia la parada de bus más cercana rumbo al hospital.

No sé que hacer, es como si mi mente y mi corazón se hubiesen detenido. Vago por el hospital y siento que un mareo me golpea y eso es lo único que me recuerda que no he comido nada en más de 18 horas.

El corazón me late lento, pesado. El hambre ya no se siente. Lo que se siente es el dolor de la pérdida, agudo y agonizante y el… miedo. Un miedo sordo y constante de no saber qué va a pasar mañana.

Y cuando llego recibo la confirmación: Mi viejita ha muerto.

El mundo entero se me viene abajo y sin saber qué más hacer corro hasta buscar un lugar donde refugiarme y dejarlo salir todo.

El viento en el último piso del hospital aulla, como innumerables agujas perforando mi piel. La partida de mi abuela y la traición de Gabriel son como un enorme remolino que me poco a poco me va tragando.

Y mejor ni hablar de los gastos médicos... Ni siquiera puedo mantener la última pizca de dignidad de mi abuela. Ese pensamiento es como la gota que colma el vaso y aplasta toda mi voluntad de sobrevivir.

Mis ojos van al vacio enfrente mio, pero aunque mi vida es un desastre tengo una chispa dentro por la que luchar.

—¿Catalina Reyes?— La voz de hombre, profunda y con una urgencia apenas perceptible, penetró el viento y me hace dar un respingo en mi lugar.

Por un segundo me quedo atónita y mi corazón late salvajemente. 

Esta voz...No, no es Gabriel. Me giro con lentitud y mis ojs empañados tratan de enfocar al extraño.

¿Quién es? ¿abogado? ¿reportero? ¿O es alguien enviado por la familia San Román para aplastarme de una vez por todas? El miedo me hace recobrar la sobriedad al instante, pero también me provoca una desesperación más profunda. 

¿No puedo ni siquiera desaparecer en silencio?

El hombre se acerca un poco más y es ahí que lo veo mejor. Lleva un traje bien cortado. Su rostro me resultaba vagamente familiar y entonces lo reconozco:

Julián San Román.

El hermano menor y “rebelde” de Gabriel y al mismo tiempo el “consentido” de sus padres.

El hecho de que lo haya reconocido no es porque lo haya visto muchas veces, sino por una foto. Una que estaba en la oficina de Gabriel hace unos meses, cuando su familia fue a almorzar con la junta directiva. 

Y una vez lo vi en persona, hace poco más de un año, cuando apareció por sorpresa para discutir algo con Gabriel. No lo vi hablar mucho. Pero lo recuerdo. Su energía era distinta. Más libre.

Gabriel siempre dijo que a su hermano le permitían todo, mientras que él tenía que ser el responsable.

El hijo pródigo de la familia que siempre se mantiene al margen del negocio familiar, tiene poco interés en el negocio familiar y se rumorea que solo sabe disfrutar de la vida. ¿Por qué está él aquí? ¿Cómo me encontró en este lugar?

Me tenso.

Julián se acerca. Su rostro no tiene su cinismo habitual, sino más bien una mirada de... ¿escrutinio? ¿compasión? No lo puedo decir, pero siento que su mirada es como un reflector. 

Mis ojos rojos e hinchados, mi cabello desordenado y mi ropa estan expuestos frente a él.

—Parece que llegué en el momento adecuado. —Su voz era tranquila. —Este no es un buen lugar para disfrutar de la vista nocturna, Catalina. ¿Por qué no vamos abajo?

No puede ser que piense que vine a lanzarme. Su familia no me ha destruido tanto.

—¡Váyase! —Casi le grito. —Lo que haga o no haga no es asunto suyo ni de su familia.

Puedo ver como tensa la quijada antes de dar un paso más hacia mi.

—No estoy aquí en nombre de mi familia, Catalina, digamos que esto ha sido una acertada casualidad. Te he visto pasar corriendo y te he seguido. No sabías que eras tú hasta ahora.

Antes de que pueda analizar sus palabras, siento como una ola de mareo que me llena. y un segundo antes de caer al suelo siento  sus brazos sosteniéndome.

Lucho por abrir mis pesados ​​párpados, pero es como si todo me estuviera pasando factura. Cuándo regreso en mi, lo que aparece a la vista es un techo beige suave y desconocido, a mi lado una mesita con una lámpara sencilla que emite una luz cálida. Hay una cama suave y cómoda debajo de mí. Ni la fría cama del hospital, ni el destartalado hotel en el que me alojaba antes.

Los recuerdos volvieron a inundarme: el tejado del hospital, la aparición de Julián, el derrumbe… mi abuela… Gabriel…Mis lágrimas volvieron a fluir sin control.

—¿Estás despierta? —La voz de Julián llega hasta la cama en la que estoy y me siento de un tirón.

Mis ojos recorren el lugar y los nervios me llenan la boca del estómago al darme cuenta que estoy a solas con un San Román en un lugar desconocido.

—¿Dónde estoy? ¿Qué me hiciste? —Estoy en alerta máxima y me cuesta levantarme, siento débil  todo el cuerpo.

—Ey, tranquila, no te levantes, no voy a lastimarte. Este es mi apartamento, no te preocupes, Te derrumbaste en el hospital y sinceramente no creí conveniente dejarte ahí, nadie de familia sabe que estás aquí, si eso es lo que preocupa —Julián se levanta de la silla en la que está  y se acerca lentamente a la cama.

—¿Qué me pasó—pregunto con un hilo de voz, todo esto es … demasiado.

—Te desmayaste, tuviste baja azúcar, cambios de humor extremos y... —Veo que hace una pausa, su mirada se posa en mi abdomen bajo y yo me tenso de inemdiato—Él medico dijo que estás embarazada, de unos dos meses y medio. Te traje acá.

Mi mente se quedó en blanco y mi corazón late desaforado. LO SABEN.

.¿Ya se lo habrá dicho a la familia San Román?

Él debe notar mi cara de pánico porque suspira y me dice:

—Mira, Catalina, siento mucho que estés pasando por esto. Sobre tu abuela...me puse en contacto con el hospital. Lamento mucho oír eso de ella. Me encargué de organizar su funeral y enterrarla adecuadamente. No tienes que preocuparte por el costo. —El tono de Julián tiene la cantidad justa de pesadez y preocupación.

Pero no tiene sentido,

—¿Por qué? —pregunto entre sollozos— ¿Por qué me ayudas? Tu hermano, tus padres...

Julián deja salir otro suspiro y se inclina ligeramente hacia delante. 

—Catalina, antes que nada, Gabriel y yo... bueno , digamos que no estoy del todo de acuerdo en algunas cosas. En segundo lugar —su mirada se agudiza—-, te ayudo porque aunque me cueste decirlo, ahora mismo estás en peligro.

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