El regreso de la amante despreciada
El regreso de la amante despreciada
Por: ShadiSaad
1- Él no me creyó

Catalina

El sonido de la lluvia golpeando las ventanas del majestuoso edificio que conforma “Industrias San Román” se confunde con el de mi propio corazón que late desaforado dentro de mi pecho.

Son demasiadas emociones contenidas en un solo día y sinceramente no sé cómo manejarlas, siento un nudo formándose en mi garganta y no puedo evitar recordar cómo era mi vida antes de llegar aquí hace ya dos años y medio, sola, asustada y con nada de experiencia, pero las cosas cambiaron.

Una risa entre nerviosa y amarga sale de mis labios al recordar como siempre quise tener una historia de amor como las de los libros que leía a escondidas entre clases. Una intensa, imposible, de esas que sacuden la vida y lo cambian todo.

Nunca pensé que iba a terminar escondida en el baño de una oficina, con una prueba de embarazo en la mano, temblando porque no sé si llorar o sonreír.

Quién lo diría: Catalina Reyes. Secretaria ejecutiva. Amante oculta del CEO más deseado del país.

Así empieza y así termina mi resumen.

Llevo casi dos años con Gabriel San Román. Nadie lo sabe. Nadie debe saberlo. Él es el jefe, el dueño de esta empresa y, aparentemente, de la mitad del país. Yo… soy solo la asistente que todos dan por invisible.

Claro que eso no impide que a veces se aparezca en mi apartamento a las tres de la mañana con una botella de vino, o que se quede conmigo fines de semanas completos, o que me quite la ropa sin decir una sola palabra.

Y no, no me obligó. Yo también lo deseo. De hecho…Lo amo.

¿Tonta? Tal vez. Pero aunque piensen lo contrario,  no soy ciega.

Sé cosas de él que nadie más conoce.

Le gusta el café negro, sin azúcar y hecho con granos panameños. Detesta que le impriman documentos y odia que le sirvan el filete poco hecho. Su carro favorito es el Panamera negro que guarda en el sótano de su casa, aunque todos crean que prefiere el Maserati.

Y yo… se que le gusto yo y le gusta cubrirme los ojos con su corbata antes de desvestirme.

También sé que no le gusta hablar después del sexo. Ni que le pidan promesas.

A veces creo que me ama. Por la forma en que me mira, por los detalles que se le escapan aunque intenta ocultarlos.

Otras veces, simplemente, no quiero pensar en eso. 

Hasta que escuché lo que mis compañeros de la empresa estaban comentando. Es posible que tenga que aceptar la esposa que su familia le haya arreglado. Tuvimos una gran pelea por esto y él se fue de viaje de negocios a otra ciudad, así que no lo he visto en una semana.

Lo que sí sé, es que estoy temblando mientras miro el reloj. El resultado de la prueba debería salir en cualquier momento. No sé cómo pasó. Bueno… sí sé. Una sola vez sin protección. Y fue suficiente.

Contra toda lógica, quiero que sea positivo.

Lo deseo con una fuerza que me asusta. Tal vez, solo tal vez, este bebé lo haga dejar de esconderme. Tal vez esto lo haga aceptarnos.

Para que podamos ser una familia.

—Por favor que sea positivo por favor…

El corazón me late como loco porque sé que esto es algo grande, algo que lo cambiaría todo.

Miro mi reloj y me doy cuenta que aún falta un minuto para el tiempo que pide la prueba, pero entonces la puerta del baño se abre y alguien toca con fuerza el cubículo en el que estoy.

—¿Catalina?

Es Marta, otra de las secretarías, la de vicepresidencia para ser más exactos.

—Si, aquí estoy, ya voy a salir dame un..

—No, no, tienes que salir YA, el señor San Román convocó una reunión de emergencia. La junta está reunida, y hay un ambiente muy tenso.

Sintiendo el corazón acelerado al pensar que pudo haberse enterado de mi retraso, me pongo en pie y guardo la prueba en el bolsillo del blazer para verla después, antes de salir del cubículo.

—¿Saber por qué está molesto?

La mujer se ve pálida mientras niega con la cabeza.

—No sé, pero es serio. Algo muy grave. Todos están esperando, Catalina.

Camino con pasos vacilantes hasta la sala de juntas, sin saber lo que me espera. Al llegar, veo a Gabriel de pie, al frente. Sus padres están sentados, así como varios directivos.

Mis ojos solo pueden verlo a él, a su postura dominante, a lo tenso de sus musculos, a la forma en que sus manos aprietan la madera de la mesa con fuerza.

Y sé que lo que sea que esté pasando es peor que cualquier cosa que imaginara, porque lo conozco a él.

Pero lo peor es cuándo nuestros ojos se encuentran, porque … Hay… odio en su mirada. Frunzo el ceño porque no entiendo nada y me aclaro la garganta antes de preguntar:

—Catalina Reyes, tome asiento —ordena Gabriel con voz glacial.

Siento que las piernas me tiemblan y mis ojos se pasean por la sala y noto como todos me ven con… asco.

Me siento, con el corazón latiendo enloquecido.

—¿Puedo saber qué sucede, señor?—pregunto y trato de ver en él al hombre que conozco, trato de entender si está actuando así solo por que hay más personas aquí.

Pero él solo aprieta la quijada, su mirada se enciende y no de deseo como estoy acostumbrada, es pura rabia.

—Esta mañana, hemos recibido evidencia de una violación grave a la confidencialidad de esta empresa —continúa él, mientras enciende el proyector.

En la pantalla aparece un video de vigilancia. En él se ve a una mujer llevando un vestido floreado…—yo— copiando documentos en una oficina. Mi rostro no es del todo claro, pero la figura es inconfundible.

Sin embargo eso nunca pasó, lo sé muy bien porque yo nunca saco copias en la sala común, lo hago en la propia oficina de Gabriel, él mismo hizo poner ahí una copiadora para mí.

—Eso no es real… No se cómo lo han hecho, pero no es real—susurro, pero nadie me escucha.

Luego reproducen un audio distorsionado. Una voz alterada declara haber visto a Catalina reunida con ejecutivos de la competencia, filtrando fórmulas.

Me paralizo. No puede ser que él crea que esto es verdad.

No entiendo nada. Me giro hacia Gabriel. Él me mira como si no me conociera.

—¿Qué es esto? ¡Yo no he hecho nada! Eso no es cierto, alguien me está inculpando.

La risa llena de odio que sale de él me pone los nervios de punta y me rompe el corazón, desechando cualquier pensamiento de que esto sea actuado.

—¿Ah, no? —pregunta con sarcasmo—. Entonces explícame lo que acabamos de ver. ¿También vas a decir que es una coincidencia?

—Gabriel, por favor, espera… yo… hay algo importante que necesito decirte, estoy…—

—¡YA BASTA! —brama él antes de que pueda terminar.

Se pone de pie con violencia.

—¡Todo lo que dices me enferma! ¡Me das asco! Creíste que te saldrías con la tuya, pero no eres nadie y nunca lo serás.

Mi voz muere en mi garganta. Mi cuerpo tiemblo y puedo escuchar perfectamente como mi corazón, mi alma misma se rompe.

—A partir de este momento, queda usted despedida. Y amenos que quieras que los abogados te hundan por el resto de la vida, te vas a largar sin exigir nada.

—Seguridad —dice con tono neutro—, acompáñenla fuera del edificio.

Dos hombres se acercan. Me paralizo. ¿Es en serio?

Antes de que me saquen, Gabriel se inclina apenas y toma mi brazo con fuerza antes de decir en voz baja, solo para mí:

—Haré que alguien recoja tus cosas en el apartamento y las tire. No dejes que te vuelva a ver o desearás no haberme conocido nunca.

Lo miro. Lo miro y trato de que vea en mis ojos la verdad, pero cuándo se pone la mascara es tan difícil llegar a él… simplemente limpio mis lágrimas mientras salgo de la sala de juntas sobando el brazo que me ha apretado.

Puedo sentir los ojos de todos fijos en mí, los cuchicheos de los empleados que me señalan y no lo soporto.

No recojo nada del escritorio, simplemente tomo mi bolso y me voy de ahí lo más rápido que puedo sintiendo mi vista nublarse por las lágrimas.

Pero es solo cuándo llego a mi apartamento, ese que no es mío… es de él, que me derrumbo por completo.

Lloro como una tonta y me siento enfrente de la puerta a esperarlo, porque seguramente él va a venir a arreglar todo, va a llegar y me va a pedir disculpas. Me explicará porque tuvo que actuar así.

Sin embargo, las horas pasan y Gabriel no aparece, es casi a las nueve de la noche cuándo la puerta se abre y yo me pongo de pie de un salto, para recibirlo, pero al que veo es a Fabian, el chofer.

—Fabian, ¿Dón-Dónde está Gabriel? Yo… Yo tengo que hablar con él, tengo que…

—Lo lamento, señorita. El señor me ha envíado para asegurarse que usted se haya ido, quiere que desaloje el apartamento—él debe notar el dolor en mi rostro o tal vez, haya escuchado como mi corazón se rompía, porque suspirando dice:—Le daré hasta mañana al medio día, no puedo hacer más.

Y con eso da media vuelta y me deja ahí.

Sola.

Con el corazón hecho trizas, porque… él no me creyó. No cree en mí y… probablemente nunca lo hizo. Nunca me quiso.

Me arrastro hasta llegar al suelo y mi cuerpo se convulsiona al tiempo que los sollozos salen de mi.

Entonces siento algo incomodarme en el costado y cuando meto la mano en el bolsillo del blazer encuentro la prueba de embarazo… y ahí están, las dos líneas rojas burlándose de mí, haciéndome saber que estoy embarazada de un hombre que me odia.

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