3- Estoy sobreviviendo

Catalina

Las palabras de Julián se repiten en mi mente, pero es como si mi cerebro se negara a asimilarlas, mientras que mis ojos se enfocan en el hermano del hombre al que amé… y el mismo que me ha destruido la vida.

—No comprendo, ¿a qué te refieres con que estoy en peligro?

Noto cómo el hermano menor de Gabriel se pasa las manos por el cabello, unos tonos más claros que los del innombrable, antes de poner sus ojos cafés, más suaves que los de su hermano, sobre mí.

—Esa noche... ¿realmente copiaste los documentos? —pregunta, bajando un poco la voz.

Lo miro fijamente, dolida, sin responder de inmediato. Finalmente niego con la cabeza.

—No lo hice. Jamás. Puede que nadie me crea, pero te juro que esa del video no soy yo. No realmente. Yo ni siquiera frecuentaba esa sala, pero no sé cómo hicieron eso y no puedo competir con esas imágenes. Sin embargo creí… creí…

—Que él iba a creer en ti —termina por mí y me siento tonta nada más oírlo, aunque es cierto.

Yo de verdad pensaba que lo que había entre Gabriel y yo era más que atracción. Pensaba que me amaba…

—Fui una tonta. Ahora lo sé.

Él se encoge de hombros.

—No lo eres, simplemente confiaste —me dice y niega antes de agregar—. He estado en el lugar donde todo el mundo te da la espalda y no te creen. Y creo… creo que mi hermano fue... demasiado cruel esta vez. Estás sufriendo, has perdido a alguien a quien amabas. Pero ya lo conoces. Una vez que se siente traicionado...

—Ataca sin piedad —termino por él, y veo cómo asiente.

—No hay pruebas de tu inocencia, Catalina. Solo ese video que te inculpa. Quieren demandarte por espionaje industrial. Esto no es un asunto menor. Gabriel está decidido a hacerte responsable por los cargos y las pruebas parecen muy favorables para él. El equipo legal de la familia San Román no es ningún pusilánime. Tienen la capacidad y la voluntad de enviarte a prisión y hacerte desaparecer por completo, solo para dar una lección. Ahora eres uno de los criminales más "famosos" de esta ciudad, e incluso de esta industria. Nadie se atreve a ayudarte. Nadie quiere meterse con la familia San Román.

Siento que las manos me sudan, pues eso explicaría muy bien por qué no he podido conseguir trabajo en meses.

Sin embargo, aún no estoy presa… pero antes de que pueda preguntar, Julián agrega:

—Pero eso no es lo más peligroso. Si Gabriel supiera que estás embarazada… si supiera que el niño es suyo...

Mi estómago se encoge. Siento cómo mi corazón se me sube a la garganta.

Los ojos de Julián se vuelven fríos y realistas:

—Créeme, Catalina, conozco muy bien a mi hermano. Concede una importancia casi obsesiva a los derechos de herencia y al linaje familiar. Él no dejará ir a este hijo que llevas. No se detendrá ante nada. Utilizará todos los medios, legales o ilegales, para arrebatártelo. Demostrará que no eres una madre apta e incluso puede tacharte de "peligrosa". Te enviará a prisión y luego reclamará con todo derecho a ese heredero o heredera. Y lo perderás todo.

Cada palabra es como un carámbano que me atraviesa el pecho. No tengo ninguna duda de que lo que dice Julián es posible. Ya experimenté la crueldad de Gabriel cuando me echó sin escucharme.

Durante años lo vi aplastar a sus enemigos sin pestañear. Nunca imaginé que un día yo sería uno de ellos.

El miedo a perder a mi bebé de repente lo define todo.

—No… No puedo perder a mi bebé. —Quiero proteger la pequeña vida en mi vientre.

—Entonces, tienes que irte. —El tono de Julián es firme, con una determinación irrefutable.— Inmediatamente, Catalina. Hasta que puedas limpiar tu nombre. Abandona el país y ve a un lugar donde la influencia de Gabriel no pueda llegar. Oculta tu identidad y comienza de nuevo.

Sus palabras hacen que una risa nerviosa y amarga se me escape.

—¿Dejar el país? ¿Yo? ¿Dónde podría ir? No me queda nada. Ni siquiera tenía para el entierro de mi abuela, y ahora me pides que me mude a otro país. ¿De dónde voy a sacar los recursos?

—Me tienes a mí. —La voz de Julián se suaviza, con un poder hechizante—. A fin de cuentas, soy el tío de la criatura, y por alguna razón creo en tu versión. Te ayudaré. Tengo un lugar seguro donde quedarte en el extranjero y amigos confiables. Te daré una nueva identidad, organizaré la atención médica y me aseguraré de que tú y tu hijo vivan seguros, lejos de los problemas que hay aquí. Ésta es la única manera, Catalina. Para ti, y más aún para el bebé.

Me cuesta creer lo que oigo. Irme del país con un casi desconocido suena temerario. Pero quedarme... quedarme es jugar a la ruleta con la vida de mi hijo.

Lo miro, recordando que se encargó del funeral de mi abuela. Que no me ha dejado sola. Tal vez... ¿tal vez Julián realmente sea diferente? ¿Tal vez esta sea la última oportunidad que Dios me da?

Un débil rayo de esperanza me cruza el pecho.

Me seco las lágrimas y lo observo con detenimiento.

—Tú... ¿realmente puedes ayudarme?

—Ciertamente. —Su voz es firme, segura—. Me encargaré de todo. Ahora sólo necesitas descansar. Confía en mí.

—Muy bien, Julián San Román. Voy a confiar en ti. Espero, de corazón, que tú no me traiciones.


Días después, bajo una identidad protegida y con papeles gestionados por Julián, abordo un avión rumbo a un país extranjero. No dejo notas. No dejo rastro. Solo una maleta y mi corazón palpitando con fuerza.

Nos quedamos en silencio frente a la puerta de embarque. Julián sostiene la maleta como si pesara más de lo que realmente pesa. Yo aprieto el pasaporte con fuerza, temblando.

—Catalina... —dice él, pero se detiene.

—No digas nada —le respondo con un intento de sonrisa—. Si lo haces, tal vez me arrepienta.

Él asiente y me da un abrazo rápido. Antes de soltarme, susurra:

—Cuídate. Y no bajes la guardia. Jamás.

Julián me observa con una mirada que no logro descifrar. Algo me dice que hay más detrás de su ayuda. Pero ahora mismo… no puedo darme el lujo de rechazarla.

Estoy huyendo.

Pero también…

Estoy sobreviviendo.

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