Mundo ficciónIniciar sesiónComo todos los días, la cena está servida sobre la mesa a la perfección, solo que esta vez en el frescor que el jardín les otorga. Carlo brinda, como siempre, por una bobería que ha firmado ese día y Andrea finge que bebe de su copa de vino.
De la nada, Carlo finge que lo llaman.
—Lo siento, tengo que responder. Ian, ¿puedes cambiar el vino? Este no me gustó para la carne. Y, amor ve por hielo para el agua, por favor.
Sin esperar a que respondan, se aleja con el teléfono pegado a su oreja. Andrea y Ian se miran un segundo, antes de ponerse de pie y se meten a la casa.
Ambos espían por una ventana y Carlo se acerca rápidamente a la mesa, en donde coloca un polvo blanco en la copa de Ian y de otra bolsa, agrega un poco de algo en la de Andrea.
—Quisiera decir tantas cosas, pero ninguna es propia de una dama como yo —murmura Andrea—. Mejor vamos por lo que nos pidió, ya veremos cómo nos deshacemos de esas copas.
—Recuerda muy bien cómo te sentías antes de irte a dormir.
—Y tú también —Ian se pone algo rojo porque claro que lo recuerda, y se va a la cava para elegir un vino diferente.
El solo pensar que se acostó con Andrea sintiéndose con ese calor. Tan solo quisiera recordar más, porque todo después se vuelve demasiado borroso.
Unos minutos después regresan, riéndose de algo que han recordado y se sientan a la mesa. La conversación se centra en Carlo y sus logros, como siempre, en donde Andrea lo adora, lo venera y le sonríe como la misma esposa sumisa de siempre. Ella finge beber cada tanto, al igual que su cómplice.
Poco a poco, Andrea traba su lengua a propósito, Ian se tira el cuello de la camisa como si tuviera calor. Hasta que, de la nada, Andrea hace un mal movimiento para limpiarle algo que Carlo no tiene en la cara, como si estuviera achispada, volteando su copa de vino sobre su esposo.
—¡Amor, lo siento tanto! Creo… creo que estoy algo mareada —suelta una risita impropia y Carlo solo sonríe.
—No pasa nada, esposa, iré a secarme un poco adentro —nada más entra a la casa, los dos se acercan un macetero y vierten las copas. Ian sirve del líquido sin estimulantes, pero menos de lo que tenían, para fingir que han bebido más en su ausencia.
Luego de que la rata llega otra vez, pasan unos minutos más, en donde Andrea habla más enredada y Carlo le dice a Ian que se la llevará a dormir.
—Mi mujer no aguanta ni una copa, no sé por qué insiste en beber con nosotros.
—Bueno, a ella la emborrachó y a mí me dio calor —dice abriéndose dos botones de la camisa—. ¿Quieres que te ayude a llevarla?
—Sería lo mejor, no quiero lastimarla. Pero vamos a nuestro cuarto del primer piso, para no arriesgarnos a rodar por la escalera.
—Vamos.
Ian pasa un brazo de Andrea por sus hombros y el aroma de la mujer lo embriaga más que el vino. Carlo la rodea con un brazo por su cintura para ayudarla a caminar, mientras ella se ríe y bosteza.
Entre los dos llevan a la mujer al cuarto, con ciertos tropiezos de parte de Andrea y Ian, porque se supone que están bebidos más de la cuenta. Cuando la dejan en la cama, Carlo le pregunta a Ian si se siente bien, pero él niega y se muestra confundido, tal como leyó en un artículo alguna vez.
—Oye… ¿dónde estoy? —abre otro botón de su camisa y se la saca del pantalón, mostrando calor e incomodidad.
—En tu cuarto, amigo mío, tu mujer te está esperando, para que le des amor —le dice Carlo con una risa malvada—. Tuve que traerte, porque no estás del todo cuerdo.
—¿Dina está aquí? —dice Ian mirando a la cama, aunque todo está oscuro y no se distingue nada.
—Sí, amigo, ¿ya lo olvidaste? Está algo cansada, pero te está esperando… anda, has feliz a tu mujer.
Ian se quita la ropa con cierta torpeza, quedando solo en bóxer, se mete a la cama y Carlo sale del cuarto. Andrea abre los ojos y las lágrimas le corren solas.
—Creo que te toca fingir, yo me vestiré —susurra él, ella lo ve a los ojos y niega—. ¿Prefieres que crea que nos dormimos y ya?
—No… quiero que oiga lo mismo de siempre… solo que esta vez no pienso hacerlo bajo los efectos de nada más que mi voluntad.
Ian pasa saliva, sin dejar de verla y ella se voltea un poco.
—Andrea, ¿quieres… quieres tener intimidad conmigo?
—Sí, Ian… quiero que me hagas el amor, como lo has hecho todas las noches anteriores. Si me he despertado feliz, debe ser porque… porque lo haces bien, ¿o no?
El hombre la mira a los ojos iluminados por la luna que se cuela por la ventana. Tiene un serio problema de conflictos, porque Andrea no deja de ser la esposa de su amigo, aunque es hermosa y esa noche se ve… realmente espectacular.
Y para terminar de convencerlo, ella sale de la cama, se quita el vestido y le deja ver un conjunto de encaje rojo, que en la penumbra se ve precioso en ella. Ian sale de la cama, intentando alejarse de ella, pero hace todo lo contrario y los dos quedan frente a frente.
—¿Estás segura?
—Ian, ya no me importa nada. Puedo morir mañana o en unos meses… no dejes que lo haga teniendo en mi mente el mal sexo que Carlo me ha dado… enséñame lo que un hombre de verdad puede hacerle sentir a una mujer.
—Andrea, no puedo… —intenta resistirse, pero una mano de ella se posa en su pecho y le quita el aire.
—Hazme sentir viva, aunque sea una vez en mi vida, te lo suplico.
Ian nota que está perdida, que quiere en verdad hacer eso y se niega a negarle algo. No porque vaya a morir, sino porque tiene razón, merece algo mejor que lo que Carlo le ha dado.
Asalta su boca, la pega a su cuerpo y Andrea lo rodea por el cuello, quedando con la punta de sus pies en el suelo solo unos segundos, porque él la levanta por la cintura, la deja en la cama e inicia un camino que recorren conscientes.
Andrea, por fin, conoce aquello de lo que un hombre es capaz en la cama, además de satisfacer sus necesidades salvajes.
Ian no se contiene ni un poco, en satisfacerla a ella y así mismo. Al final, los dos quedan en la cama, mirando el techo, pero Andrea tiene su cabeza sobre el brazo del hombre, mientras él acaricia su espalda.
—No tenía idea de que se podía sentir así, aunque sí me dolió —se ríe ella y él se preocupa.
—Lo siento, ¿fui muy brusco?
—No, eres muy grande —ella se acomoda para verlo a los ojos y se ríe con travesura—. Tres años con un equipo pequeño… comprenderás que no estaba preparada para algo más… grande.
Ian sonríe con suficiencia, ciertamente él acaba de hacerla sentir viva y ella de subirle el ego a las nubes. Él se remueve un poco, sale de la cama y Andrea se muerde el labio, porque incluso con la poca luz del cuarto, se nota el cuerpo de aquel macho.
—¿Ya te vas?
—No, solo quiero saber si está en la casa. Ya vengo.
Ian se pierde por la puerta, Andrea se deja caer en la cama y piensa en lo que acaba de pasar entre los dos. Su mente intenta hacerla sentir como una traidora, pero firmó el divorcio ese mismo día y ahora puede hacer lo que se le dé la gana.
El tiempo se pasa poco a poco, se empieza a adormecer y cree que Ian ya no volverá más, porque seguramente se arrepintió. Cuando está lista para dormirse, aparece él por la puerta con un vaso de leche, galletas y una risa graciosa.
—No está por ninguna parte, el guardia me dijo que se fue gritando mil maldiciones, parece que no le gustó que disfrutaras de más.
—¿Y tú? ¿Lo disfrutaste?
—Debo decir, señorita Honores, que me ha dejado por lo menos impactado. Nunca pensé que una mujer tan dulce como tú, fuera puro fuego en la cama.
—¿Y trajiste esto para relajarme y hacerme dormir? —se ríe mientras se lleva una galleta a la boca y Ian le quita la mitad que le ha quedado fuera.
—No, lo traje para que te repongas, porque pienso seguir dándote muestras de lo que un hombre de verdad es capaz de hacer sentir a una mujer como tú… para que, si un día quieres comparar, la vara esté muy alta.
Se pierden el uno en el otro un par de horas más, hasta que se quedan dormidos. Por la mañana, Andrea siente a Carlo entrar, sacar lo mejor que puede a Ian, que parece estar con una resaca terrible y ella se acomoda en la cama, como si estuviera profundamente dormida.
Ve la chaqueta de Carlo en la silla, corre para buscar las bolsitas con los polvitos mágicos y las mete en el bolsillo secreto de su bolso, rogando que no se dé cuenta de que le faltan.
Luego, viene todo el teatro de siempre, lo de decirle que no debe beber si no puede aguantarlo, de que pasaron una noche maravillosa y que la espera en la empresa.
—Me tardaré un par de horas en llegar, debo ir por otros análisis.
—¿Estás enferma, mi amor? —le pregunta fingiendo preocupación, pero ella niega.
—No, pero quiere asegurarse de algunas cosas, le preocupa mi estado de salud, especialmente el que no me puedo quedar embarazada, pero nada grave, amor —ella le sonríe y Carlo deja un beso en su frente antes de marcharse.
En cuanto se asegura de que se fue, salta de la cama, corre a la ducha y al salir, Ian entra sin llamar con dos maletas grandes. Ni ella siente pudor, ni él la mira de más. Solo se dedican a meter todas sus cosas dentro de las maletas. Andrea guarda todo lo que le pertenece, busca sus documentos en el cuarto de arriba y se lleva solo una fotografía de su boda. Ian la mira con la pregunta en el rostro y ella se ríe.
—No es sentimentalismo, solo una pequeña motivación para pasar las quimios y recordar por qué tengo que sobrevivir.
Una hora después salen de la casa, con sus maletas y, antes de que Ian le diga que pueden ver si sale algún vuelo, ella le dice con un tono muy diferente.
—No es necesario, nos están esperando en el aeropuerto.
Ian no pregunta nada, solo toma el camino al aeropuerto pensando en que ella es muy organizada, seguramente vio todo aquello el día anterior. Al llegar, ella lo guía al estacionamiento, busca a un chofer de taxi y le da quinientos dólares.
—Lleve este auto a esta dirección, no le diga nada a nadie, aunque sea la policía quien pregunte. Usted no sabe nada y nosotros nunca hablamos —saca otros mil dólares y le sonríe—. Espero que sea suficiente para su silencio.
—Sí, señorita.
Ian no pregunta nada, solo la sigue y la ve caminar con una seguridad que no le conocía. Esta es otra mujer, como si todo lo que le hizo la noche anterior la hubiese reiniciado. Entran a la zona de vuelos privados, un hombre intenta pedirles sus documentos, pero antes de que Ian entregue el suyo, ella se baja un poco los lentes y le dice.
—Vuelo del hangar privado, con destino a ningún lugar —el hombre solo se mueve a un lado y los deja pasar.
Ian intenta preguntar, pero antes de que lo haga, un hombre de traje negro, algo mayor y con una enorme sonrisa, la saluda con una reverencia y un beso en la mano.
—Bienvenida de regreso, señorita Martínez.
Y para ese momento, Ian ya no comprende nada, porque esa mujer definitivamente no es la misma Andrea que conoce desde hace tres años.







