La segunda mañana no fue más fácil que la primera.
Dormí apenas unas horas, con la mente saturada de números, rostros y frases que no lograba apartar. En mis sueños, papá aparecía sentado en su despacho, con los brazos cruzados y la mirada tranquila, como si me observara desde algún lugar entre el reproche y la confianza. Despertar era peor: abrir los ojos y recordar que ya no estaba era como recibir el mismo golpe una y otra vez.
Al llegar a la sede de Davenport Holdings, la fachada de vidrio reflejaba un cielo limpio, casi insolente en su claridad. Yo me sentía opaca, arrastrando una sombra demasiado densa para semejante día. Los empleados me recibieron con sonrisas respetuosas, pero también con una mezcla de curiosidad y expectativa. Nadie lo dijo en voz alta, pero podía leerlo en sus miradas:
¿Podrá hacerlo? ¿Podrá ocupar el lugar de su padre?
En la sala de juntas, los directores esperaban con carpetas abiertas y gráficas proyectadas en la pantalla. El aire olía a café fuerte y a