El camino de regreso a casa transcurrió con un silencio espeso, roto solo por el sonido del motor y alguna que otra frase trivial sobre el clima. Alejandro parecía concentrado en la carretera, pero yo sabía que podía conducir así durante horas y al mismo tiempo estar pensando en otra cosa.
Me apoyé contra el asiento, con la vista perdida en las luces de la ciudad. La frase de Margaret seguía resonando en mi cabeza: Cuida de él, Isla. ¿Qué significaba exactamente? ¿Era una simple expresión maternal o un mensaje con doble filo? Y, más importante aún, ¿por qué había sentido la necesidad de decírmelo en voz baja, como un secreto?
Cuando llegamos a casa, Alejandro dejó las llaves sobre el aparador y subió directamente al dormitorio. Yo me quedé en el salón, en penumbra, escuchando sus pasos alejarse. El eco de esa cena seguía vibrando en mis nervios.
Me dejé caer en el sofá y cerré los ojos, repasando mentalmente los últimos días.
El olvido sobre el orden del armario.
La forma diferente en