Las risas comenzaron a apagarse poco a poco mientras Alejandro intentaba disimular su incomodidad, pero la atmósfera había cambiado. Las miradas curiosas y los susurros apenas disimulados se cruzaban a nuestro alrededor.
—¿Seguro que estás bien, Alex? —le preguntó una amiga con tono suave, pero persistente—. No pareces el mismo últimamente.
Él se acomodó en su asiento y, con una sonrisa forzada, respondió:
—Solo estoy un poco cansado, eso es todo.
Yo lo miré, notando la tensión en su mandíbula y la forma en que sus manos se crispaban ligeramente sobre el mantel.
Decidí intervenir para aliviar el ambiente.
—Alejandro ha estado trabajando mucho estos días —dije—. Pero sé que todo va a mejorar.
Una de las amigas me lanzó una mirada cómplice y añadió con una sonrisa:
—Bueno, si cambia el gusto por las aceitunas, ya sabremos que es algo serio.
Las risas volvieron a sonar, más relajadas esta vez, y la conversación siguió su curso.
Más tarde, mientras el sol comenzaba a ocultarse, nos desped