Después de terminar el… desayuno… lavó sus manos y subió las escaleras con pasos lentos y pesados. Aún sentía el eco metálico de la carne en su boca. La comisura de sus labios estaba algo seca. El bebé, en cambio, parecía muy satisfecho.
Al entrar a la habitación, escuchó el sonido de la ducha apagándose. Un instante después, la puerta del baño se abrió y salió Xylos, con una toalla blanca amarrada a la cintura y gotas deslizándose por su piel bronceada, Vecka tragó en seco. No importaba cuántas veces lo viera: siempre le parecía creado para destruir la cordura ajena.
Los músculos del pecho, tensos y marcados, brillaban con el agua. Su abdomen rígido bajaba hasta la toalla como una invitación peligrosa. Su cabello húmedo caía unos flequillos en su frente y su expresión, al oírla entrar, se tornó suavemente alerta.
—Buenos días, mi luna —murmuró con esa voz ronca que solo tenía por las mañanas.
—Buenos días —respondió ella, avanzando un poco. Fue entonces cuando notó las marcas en