Inicio / Hombre lobo / El rechazo del Alpha / 33 | Eres peligrosa, Seraphina
33 | Eres peligrosa, Seraphina

El gimnasio privado de la mansión no era un lugar de lujo, era una arena.

El suelo estaba cubierto de colchonetas negras desgastadas por el uso, y el aire olía a sudor antiguo, hierro y esfuerzo. No había espejos para admirarse, solo paredes de piedra y estantes llenos de armas de práctica.

Ronan no perdió el tiempo.

—Atácame —ordenó.

Estaba de pie en el centro de la colchoneta, descalzo, con los pantalones tácticos y una camiseta sin mangas que dejaba al descubierto sus brazos masivos. No adoptó una postura defensiva. Simplemente se quedó allí, relajado pero letal, esperándola.

Seraphina vaciló. Llevaba ropa prestada que le quedaba un poco grande, y sus nuevos sentidos de loba zumbaban con la anticipación de la violencia.

—¿Cómo? —preguntó.

—Como si yo fuera Gabriel. Como si fuera a matar a tu hermano.

La mención de Hunter fue el detonante. Seraphina gruñó y se lanzó hacia él. Fue rápida, mucho más rápida que cualquier humana, un borrón de furia impulsado por el instinto. Apuntó a su garganta.

Ronan ni siquiera parpadeó.

Con un movimiento fluido, esquivó su ataque, agarró su muñeca y usó su propio impulso contra ella. El mundo giró, y un segundo después, Seraphina estaba de espaldas contra la colchoneta, con el antebrazo de Ronan presionado contra su tráquea, inmovilizándola.

—Muerta —dijo él, su rostro a centímetros del de ella, sus ojos grises fríos y críticos—. Eres rápida, pero eres descuidada. Gabriel te rompería el cuello antes de que pudieras tocarlo.

Se apartó y le tendió la mano.

—Otra vez.

Las siguientes horas fueron una tortura y una revelación.

Ronan no fue amable. No la trató como a su amante ni como a una muñeca de porcelana. La trató como a un soldado. La derribó una y otra vez. La golpeó, controlando su fuerza lo suficiente para no romperle los huesos, pero lo suficiente para dejar moretones que sanaban en minutos gracias a su nueva sangre.

—¡No pienses! —le rugió cuando ella vaciló antes de golpear—. ¡Siente! Tu cuerpo sabe qué hacer. Deja de ser humana y sigue tu instinto, Seraphina.

Seraphina jadeaba, el sudor empapando su ropa, su cabello pegado a su frente. Le dolía todo, pero con cada caída, algo se encendía dentro de ella. La víctima que había llorado en la biblioteca estaba muriendo en esa colchoneta.

Se puso de pie, escupiendo un poco de sangre de un labio partido. Ronan la esperaba, implacable.

—Estás cansada —dijo él, evaluándola—. ¿Te rindes?

—Vete al infierno —jadeó ella.

Ronan sonrió. Una sonrisa lobuna, orgullosa y terrible.

—Entonces ven por mí.

Esta vez, Seraphina no atacó ciegamente. Dejó que sus sentidos se expandieran. Oyó el cambio en la respiración de él. Olió el cambio en su sudor antes de que se moviera.

Cuando él lanzó un golpe, ella no retrocedió, se deslizó bajo su guardia.

Fue instinto puro. Giró su cuerpo, bloqueó su rodilla con la suya para desequilibrarlo y lanzó un golpe con la palma abierta hacia su plexo solar.

El impacto fue sólido. Ronan gruñó, sorprendido, y dio un paso atrás.

Seraphina no se detuvo. Aprovechó su ventaja, saltando sobre su espalda, pasando su brazo alrededor de su cuello en una llave de estrangulamiento.

Ronan se tambaleó, luchando contra su peso. Por un momento, ella tuvo el control. Se sintió poderosa, letal.

Pero él era el Alpha por una razón.

Con un rugido, Ronan se dejó caer hacia atrás, aplastándola contra la colchoneta con su peso masivo. El aire salió de los pulmones de Seraphina. Él giró sobre ella, atrapando sus muñecas y clavándolas por encima de su cabeza, inmovilizándola con su cuerpo.

Estaban pecho contra pecho, jadeando, sudorosos, sus corazones latiendo al unísono en un ritmo frenético de combate y deseo.

—Mejor —susurró Ronan, su voz ronca, sus ojos dorados recorriendo su rostro sonrojado—. Mucho mejor.

La tensión en la habitación cambió. La violencia se transformó en algo más denso, más caliente. Ronan bajó la cabeza, rozando su nariz contra la de ella, inhalando su aroma.

—Eres peligrosa, Seraphina —murmuró contra sus labios—. Eres magnífica.

Ella arqueó la espalda, buscando su contacto, olvidando la pelea.

—Enséñame más —pidió ella, sin aliento.

Ronan se apartó lentamente, poniéndose de pie y tendiéndole la mano para levantarla. Pero esta vez, sacó algo de su cinturón. Una daga de entrenamiento. Tenía filo, pero no era letal.

—Cuerpo a cuerpo es el último recurso —dijo, recuperando su tono de instructor—. Gabriel usará plata. Tienes que aprender a esquivar el acero.

Lanzó un ataque. Seraphina lo esquivó, pero fue lenta. La hoja de la daga rozó su antebrazo.

Fue un corte superficial, apenas un rasguño, pero dolió. Seraphina siseó y retrocedió, llevándose la mano a la herida.

—¡Alto! —Ronan tiró la daga al instante, la culpa cruzando su rostro—. Lo siento. Fui demasiado rápido.

Se acercó para examinarla, pero Seraphina negó con la cabeza.

—Estoy bien. Es solo un rasguño.

Miró su brazo. Una sola gota de sangre, roja y brillante, se formó en el corte. Era una gota perfecta, pesada.

La gota resbaló por su piel y cayó al suelo.

Aterrizó justo en el borde de la colchoneta, donde el suelo de piedra desnudo se encontraba con una maceta decorativa que había sido olvidada en una esquina. La maceta contenía los restos secos y marrones de lo que alguna vez fue un helecho, muerto hacía meses por falta de agua y luz en el sótano.

La gota de sangre de Seraphina golpeó la tierra seca de la maceta.

Ronan estaba buscando un vendaje, murmurando disculpas, cuando Seraphina jadeó.

—Ronan...

—Ya voy, déjame ver si...

—No. Mira.

La voz de Seraphina temblaba con algo que no era dolor. Señaló la maceta.

Ronan siguió su dedo. Se quedó paralizado.

Donde la gota de sangre había tocado la tierra muerta, algo imposible estaba sucediendo.

Un zarcillo verde, vibrante y luminoso, brotó de la tierra seca como si fuera una grabación en cámara rápida. Se desenrolló, creciendo centímetros en segundos. Las hojas marrones y crujientes del helecho muerto se estremecieron, el color volviendo a ellas en una ola de esmeralda brillante.

En cuestión de segundos, la planta muerta no solo había revivido; había explotado en vida. Hojas nuevas, grandes y fuertes, se desplegaron, y pequeños brotes florecieron en flores blancas que no deberían existir en esa especie.

El aroma a vida, a primavera concentrada y potente, llenó el aire viciado del gimnasio, ahogando el olor a sudor y hierro.

Ronan y Seraphina se quedaron mirando la planta milagrosa, y luego se miraron el uno al otro.

Los ojos dorados de Ronan se encontraron con la mirada bicolor de ella. El horror y la maravilla luchaban en su rostro.

—Tu sangre —susurró él, mirando el rasguño en su brazo que ya se estaba cerrando, sin dejar cicatriz—. Seraphina... ¿qué eres?

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP