Justo cuando Laura se disponía a salir del edificio, oyó una voz detrás de ella, que la obligó a detenerse.
—¡Laura! —dijo Ricardo, acercándose a ella.
—Hola, Ricardo. —respondió ella con un beso en cada una de sus mejillas.
—¿Qué haces por aquí? —preguntó.
—Vine a buscar a Marcos. Lucía nos ha invitado a almorzar en vuestra casa.
Ricardo frunció el entrecejo. Lucía no le había informado acerca de sus planes. Aunque sospechaba cuales eran las razones de aquel almuerzo inesperado.
—Sí, me ha dicho hace unos minutos que nos acompañarán. —contestó.— A Marcos, no le he visto esta mañana en la empresa.
—Acabo de hablar con él, quedamos de vernos en tu casa.
El hombre de sienes plateadas, miró su reloj.
—Te llevo entonces. —Se ofreció con gentileza.
—He traído mi coche. No es necesario.
—Luego puedes venir por él. Ven —dijo tomándola del brazo— Yo te llevo.
Laura asintió. Tampoco tenía muchas ganas de conducir. No después de escuchar la voz agitada de Marcos. Algo en su interior le