117/ AMAR TAMBIEN ES APRENDER A DEJAR IR

Durante los primeros días en casa, el ambiente estuvo cargado de un silencio espeso, como si las palabras no encontraran aún su lugar. Laura cuidaba de la bebé con ternura, mientras Marta la observaba desde la distancia, intentando no invadir ese espacio que, por derecho, le pertenecía a su hermana.

La primera noche fue difícil. La niña lloraba sin cesar, rechazando el biberón una y otra vez, hasta que Laura, agotada, se rindió y le acercó a Marta.

Ella la tomó con manos temblorosas, la acunó y, apenas la bebé sintió su calor, se calmó.

Aquel silencio compartido entre las tres fue el primer paso hacia la reconciliación.

Con el paso de los meses, la relación entre las hermanas se fue suavizando. No hubo disculpas formales ni grandes conversaciones; solo gestos y pequeños detalles que hablaban por sí solos. Una sonrisa cansada, una mirada que decía “ya no te guardo rencor”; otras veces sólo el silencio hablando por ellas.

—Se parece a tu padre —dijo una tarde Laura mientras Marta amaman
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