Marta sintió un líquido tibio recorriendo sobre su piel.
Repentinamente, la puerta se abrió de golpe mientras,
—¡Lucía! —la voz de Marcos resonó en la sala.
Ella giró de inmediato, sobresaltada, aún con el arma en la mano, presionando el gatillo sin lograr accionar el arma. Había olvidado quitar el seguro
El rostro de Marcos se transformó al ver a Marta encogida sobre el sofá, con las manos protegiéndose el vientre y Lucía temblando, apuntándole sin saber ya a quién.
—¿Qué demonios estás haciendo? —preguntó él, avanzando sin miedo.
Lucía retrocedió un paso, confundida, con los ojos húmedos.
—No… no lo entiendes, Marcos. Ella… ella tiene que morir.
—¿Morir? —interrumpió él—. ¡Baja el arma ahora! Dámela, Lucía. —extendió la mano—. No vas a cargar con esto, ¿me oyes?
Marcos dio otro paso, dispuesto a todo por salvar a Marta y a su hija.
—No des un solo paso o te mato a ti también. —Lucía volvió el arma hacia él.
Marcos tragó saliva. Quiso moverse, acercarse, pero sabía que