El vídeo se reprodujo en silencio en el teléfono, pero el sonido de la sangre latiendo en los oídos de Erick ahogaba cualquier otro ruido. Las imágenes mostraban a Catalina forcejeando contra David, sus cuerpos entrelazados en un ángulo que sugería complicidad. Erick palideció, las cicatrices de su rostro tiñéndose de un morado más intenso bajo la luz del comedor. Con un rugido, su puño se estrelló contra la pared, dejando un cráter en el yeso y estragos en sus nudillos.
—¡No puedo mirarte ahora mismo! ¿Qué es esto, Catalina? ¿Por qué?— le gritó a Catalina, y antes de que ella pudiera responder, abrió la puerta del departamento y se lanzó a la calle. Iba a matar a ese bastardo.
La lluvia torrencial lo empapó en segundos. Las gotas heladas le azotaron el rostro mientras caminaba a ciegas, las luces de los carros difuminándose en manchas doradas a través del aguacero. En ese momento nada importaba, simplemente deseaba acabar con David Sandoval.
—¡Erick! —Catalina corrió tras él, desca