Alina
La habitación está sumida en una semioscuridad, iluminada solo por el resplandor danzante del fuego en la chimenea. Mi respiración aún es entrecortada, el sabor del sangre amargo en mi boca. Mis manos tiemblan ligeramente mientras me quito la túnica ensangrentada, revelando los moretones que marcan mi piel.
— Déjame hacerlo.
La voz de Damon, grave y áspera, me hace estremecer. Se acerca lentamente, su mirada dorada brillando en la sombra. Está sin camiseta, el trazo oscuro de sus tatuajes serpenteando a lo largo de su piel. Se detiene justo frente a mí, tan cerca que puedo sentir el calor de su aliento en mi nuca.
— Puedo hacerlo sola, murmuro.
— Lo sé. Pero no tienes que hacerlo. Nunca más.
Sus manos acarician suavemente mis hombros, y me tenso a pesar de mí misma. El recuerdo de la pelea contra Kael aún está vívido en mi mente: la sangre, el dolor, la sensación de asfixia bajo su agarre. Damon lo siente. Desliza sus dedos bajo mi mentón, obligándome a mirarlo a los