La noche era fría y silenciosa, excepto por el sonido de los pasos erráticos de José Manuel en la acera. Sus pensamientos eran un caos, su pecho ardía con una mezcla de rabia, frustración y algo que no quería admitir: celos. Había bebido más de la cuenta, eso lo sabía, pero no le importaba. Solo había un lugar al que su mente lo arrastraba en ese estado.
Sin darse cuenta de cómo, llegó hasta la puerta de la casa de Eliana. Tocó con insistencia, apoyando la frente contra la madera mientras intentaba ordenar sus ideas.
—Vamos… ábreme… —murmuró con voz arrastrada.
Dentro, Eliana, que ya estaba en pijama, frunció el ceño al escuchar los golpes. Se acercó con cautela y miró por la mirilla. Su corazón dio un vuelco al ver a José Manuel allí, tambaleándose.
Abrió la puerta de inmediato.
—¿José Manuel? —susurró, sorprendida—. ¿Qué estás haciendo aquí?
Él levantó la vista, y sus ojos, nublados por el alcohol y las emociones contenidas, la recorrieron con intensidad.
—Tenía que verte… —dijo con