En la penumbra de la bodega, la luz tenue proveniente de una bombilla oscilante apenas iluminaba los rostros de los dos individuos que se encontraban allí. La mujer, con su rostro oculto tras una máscara de desconfianza, observaba al hombre que había contratado para llevar a cabo el trabajo sucio. Él estaba de pie, con la mirada fija en una computadora portátil, tecleando furiosamente. Las líneas de código pasaban tan rápido que apenas se podían distinguir.
—¿Estás seguro de lo que estás diciendo? —la mujer preguntó con voz rasposa, sus palabras cortas y precisas.
El hacker se detuvo un momento y se giró hacia ella, su rostro marcado por la fatiga y la frustración.
—Lo estoy, créeme. —Su tono era más grave que nunca, como si una pesada verdad hubiera caído sobre él—. La información que Nicolás robó… era falsa. No tiene valor. Todo lo que nos pasó buscando esos datos fue una pérdida de tiempo.
La mujer frunció el ceño, cruzando los brazos. Un aire de preocupación se apoderó de ella. No