La puerta se cerró con un suave clic, pero el eco de la visita de Eliana pareció retumbar por toda la casa. Cristina se quedó de pie en medio de la sala, inmóvil, con la espalda recta y la mirada fija en ningún punto en particular. Ernesto caminó hacia la ventana, corrió un poco la cortina y la vio alejarse con pasos firmes por el sendero de piedra. Luego la soltó y se giró, su rostro pálido, casi desencajado.
—No puede ser… —murmuró Cristina finalmente—. ¿Cómo se dio cuenta?
Ernesto no respondió de inmediato. Caminó hacia la barra y sirvió un poco de agua, aunque sus manos temblaban levemente. La dejó sobre la mesa sin beber.
—Siempre temí que este momento llegara —dijo con voz grave—. Pero creí que, con los años, el pasado se iría borrando. Que si le dábamos todo, jamás lo cuestionaría.
Cristina bufó, cruzando los brazos con elegancia forzada.
—¿Y ahora qué? ¿Se va a poner a excavar entre cenizas? ¿Va a escarbar una historia que no lleva a ninguna parte?
El término lo dijo con esce