La luz del amanecer se coló lentamente por la ventana, teñida de un dorado suave que prometía un nuevo comienzo. El sonido de los pajaritos matutinos contrastaba con la emoción que aún flotaba en el aire desde la noche anterior. La casa estaba en silencio, excepto por el murmullo leve del agua corriendo en el baño y la voz dulce de Eliana, que llamaba a Samuel para que se despertara.
—Vamos, campeón —susurró acariciándole el cabello—. Es hora de ir al cole. Hoy te vas a sentir más fuerte que nunca, ¿sí?
Samuel abrió los ojos con pereza, aún acurrucado entre las cobijas.
—¿Vamos los tres otra vez? ¿Tú y papá también vienen?
Eliana sonrió mientras le ayudaba a sentarse.
—Hoy papá tiene que ir a la oficina temprano, pero yo te llevo. ¿Te parece?
El niño asintió, todavía somnoliento pero feliz. Mientras lo ayudaba a cambiarse, escogiendo su camiseta favorita con dinosaurios y alistando los cuadernos en su mochila, Eliana sentía que el mundo estaba, poco a poco, volviendo a su lugar.
Pero