El sonido de los pasos en el pasillo era pausado, casi solemne. Samuel caminaba junto a José Manuel, arrastrando la mochila con una mano y sujetando con la otra los dedos grandes y firmes de su papá. La mochila azul, llena de dibujos, crayones y un libro que Eliana le había regalado la noche anterior, se balanceaba como si también dudara de marcharse.
Eliana los seguía a unos pasos, desde el marco de la sala, en silencio. Sus brazos estaban cruzados y su expresión era serena, pero dentro de ella, el pecho le latía como si algo quisiera abrirse paso entre las costillas.
José Manuel bajó la mirada hacia Samuel.
—¿Tienes todo? ¿Tu libro, el dibujo que hiciste con Eli, tu camión ninja?
—Sí —respondió con un suspiro infantil que cargaba más nostalgia que entusiasmo.
Cuando llegaron a la puerta, José Manuel giró levemente hacia Eliana. Ella estaba apoyada en el marco, observándolos con una expresión indescifrable. No había reproche, ni frialdad… pero tampoco entrega. Era como si estuviera e