Minutos más tarde Eliana salió de la oficina de Alejandro con paso firme. Aunque su mente iba llena de información técnica y proyecciones, había una parte de su pecho que no podía dejar de latir de forma errática. Era como si, a pesar de todo su control, el aire hubiese cambiado desde esa reunión. Lo que más le dolía no era la tensión, ni siquiera la cercanía de José Manuel, sino la certeza de que, por más que avanzara, su corazón no olvidaba del todo.
Giró por uno de los pasillos laterales de la empresa, uno que llevaba a su oficina ejecutiva privada. Justo en la intersección, al doblar la esquina, el impacto fue inevitable.
—Lo siento —murmuró, alzando la vista.
Y allí estaba él.
José Manuel.
Los ojos de ambos se encontraron tan de cerca que por un instante, el tiempo volvió a detenerse. Ninguno de los dos dijo nada de inmediato. Ella tragó saliva, apretando los labios como si al hacerlo pudiera controlar la emoción que comenzaba a surgir. Él, en cambio, parecía absorber cada segund