La noche se extendía como una sábana tibia sobre la mansión, y el silencio comenzaba a envolver cada rincón. Sin embargo, en una habitación del segundo piso, lejos de entregarse al sueño, un pequeño corazón latía con fuerza, impaciente, emocionado… y decidido.
Samuel, acostado en su cama con una linterna bajo las cobijas, no podía dejar de pensar en la misión. Había repetido mentalmente cada palabra de su papá, como si fueran instrucciones sagradas escritas en un mapa de tesoro invisible.
—“Harás que Eliana me perdone… pero no puede saber que yo te lo pedí. Es una misión de ninjas.” —murmuró para sí, con los ojos muy abiertos.
Sobre su cama, tenía desplegado su “kit de misión”: un cuaderno donde había dibujado a Eliana con una gran capa de heroína y él junto a ella con una espada de cartón; un peluche que ella le había regalado la última vez que se vieron; y una tarjeta que escribió con su puño y letra en papel brillante.
"Eliana: te quiero mucho. Mi papá también te quiere. No estés t