El abrazo que Eliana le dio a Isaac fue como una pausa en medio de la tormenta. No había palabras que pudieran sanar el caos que vivía dentro de él, pero la calidez de sus brazos, la firmeza silenciosa con la que lo sostuvo, le dio un respiro, una bocanada de aire en medio de tanto dolor.
Isaac cerró los ojos por un segundo. Quería quedarse allí, suspendido en ese instante donde no había sangre, ni cirugía, ni miedos. Solo estaba ella, con su aroma dulce y su energía tranquila, como si el mundo pudiera recomponerse si la abrazaba con suficiente fuerza.
—Gracias… —murmuró al separarse, sin soltar del todo sus brazos—. No solo por esto… sino por todo.
Eliana le sonrió con suavidad, aunque sus ojos también estaban cansados.
—No tienes que agradecerme. Haría cualquier cosa por ustedes.
Se sentaron nuevamente en la sala de espera, frente a frente. Isaac se pasó las manos por el rostro y luego bajó la mirada, atrapado en sus pensamientos.
—No dejo de darle vueltas a todo —confesó—. A lo ráp