Samantha subió las escaleras con pasos apresurados, casi arrastrando los pies de la rabia que la devoraba por dentro. Cerró la puerta de su habitación con un portazo seco que retumbó en las paredes del pasillo. Su respiración era agitada, su pecho subía y bajaba con fuerza mientras se abrazaba a sí misma con los brazos cruzados.
—¡Maldita sea! —espetó en voz baja, caminando de un lado a otro, completamente alterada.
Apretó los labios, conteniendo un grito. Sentía que ardía por dentro. José Manuel la había rechazado, otra vez. No solo la había esquivado, la había mirado como si fuera una extraña. Como si fuera insignificante.
Se sentó en el borde de la cama y hundió el rostro entre las manos, pero no por tristeza, sino por pura frustración.
—¿Hasta cuándo? —susurró entre dientes, furiosa—. ¿Hasta cuándo va a seguir metiéndose entre nosotros?
Se refería a Eliana, por supuesto. Aunque estuviera postrada en una cama de hospital, inconsciente durante semanas, su simple existencia bastaba p