Los días fueron pasando con la serenidad engañosa de una rutina que poco a poco se iba transformando. El sol salía y se ocultaba mientras la vida de todos parecía buscar un nuevo equilibrio… uno que ninguno había planeado.
Isaac se despertaba temprano. A veces antes que Gabriel, a veces al mismo tiempo. Compartían desayunos tranquilos, llenos de risas infantiles y migajas de pan sobre la mesa. Samuel seguía con ellos. María José los miraba desde la cocina, sintiendo cómo el aire de la casa cambiaba. Ya no era tenso. Ya no era distante. Era… cálido.
Con cada día que pasaba, la presencia de Isaac en casa dejaba de sentirse como una visita, y empezaba a parecer algo natural. El padre que Gabriel necesitaba. El hombre con el que ella había compartido tanto… y por momentos, sentía que compartía de nuevo.