El sonido constante de los monitores llenaba la habitación, marcando el lento pero estable ritmo del corazón de Eliana. Su respiración era tranquila, y por primera vez en días, su piel tenía más color. José Manuel, sentado a su lado, no había cerrado los ojos en toda la noche.
Cuando los primeros rayos de sol se filtraron por la ventana, notó un leve movimiento en los dedos de Eliana. Se incorporó de inmediato, sosteniéndole la mano con suavidad.
—Eliana… —susurró con esperanza.
Los párpados de ella temblaron y, con esfuerzo, comenzó a abrir los ojos. Al principio, su mirada estaba nublada, perdida en el techo blanco de la habitación. José Manuel contuvo la respiración, esperando que su primera reacción fuera llamarlo, reconocerlo… Pero cuando los ojos de Eliana se posaron en él, solo reflejaron confusión.
—¿Cómo te sientes? —preguntó, intentando sonar calmado.
Eliana frunció ligeramente el ceño, llevando una mano a su frente como si intentara recordar algo.
—Estoy… un poco cansada —m