Todo esto es tuyo.
Amanda Rivas dio un paso fuera del ascensor y se quedó inmóvil, como si el cuerpo se le hubiera adelantado al pensamiento y hubiera decidido detenerla antes de que la realidad la atropellara.
El departamento se abría frente a ella con una amplitud insultante.
Todo era grande. Demasiado.
Los ventanales de piso a techo dejaban entrar la ciudad como un espectáculo privado, las luces nocturnas reflejándose en superficies pulidas, en mesas de cristal, en muebles de líneas elegantes que gritaban dinero sin necesidad de ostentarlo de forma vulgar. Cuadros abstractos colgaban en las paredes como piezas cuidadosamente elegidas, no para impresionar visitas, sino para convivir con alguien que estaba acostumbrado a ese nivel de belleza.
Amanda avanzó despacio, casi con cautela, como si temiera que alguien apareciera para decirle que se había equivocado de piso.
Esto no puede ser mío.
La sala era