Bienvenida a tu nuevo edificio.
Los nudillos de Ethan palidecieron alrededor del volante, como si su cuerpo se hubiera adelantado a su mente, apretando el control antes de que la rabia decidiera conducir por él.
La luz tenue del tablero le marcaba la mandíbula, rígida, y Amanda sintió un escalofrío incómodo en la nuca, no porque él fuera peligroso… sino porque, por primera vez, entendió cuánto podía dolerle algo a Ethan cuando se trataba de ella.
—¿Qué hacía él ahí?
Amanda tragó saliva, era la primera vez que le escuchaba esa voz tan fría.
El perfume dulce del Cosmopolitan todavía le rondaba el aliento y lo odiaba, porque le recordaba que estaba un poquito mareada, un poquito blanda… y que en ese estado había aceptado una apuesta con Daniel.
Una apuesta estúpida.
—Yo… yo no lo sé —tartamudeó torpe, y se maldijo por sonar como si escondiera algo.
Porque lo estaba escondiendo.
Ethan desvió la mirada apenas hacia ella, lo suficiente para que el brillo de sus ojos verdes se oscureciera.
No era celos como en la oficina.