Quédate.
El corazón se le fue a los pies a Amanda al verlo ahí.
En su sala, como si estuviera exactamente donde debía estar… y aun así, donde ella menos lo esperaba.
Cerró la puerta con cuidado, demasiado suave para ser casual.
Ethan levantó la vista justo en ese momento, y por un segundo el mundo pareció reducirse al espacio entre ellos.
Tenía la camisa negra remangada, el cuello ligeramente abierto, y ese perfume varonil y delicioso que siempre parecía encontrarla antes que él. No sabía si la mareaba más el cansancio o ese aroma que la envolvía como si la reconociera.
Rebeca estaba sentada a su lado, con una taza de café entre las manos, y fue la primera en romper el hechizo.
—¡Por fin! —exclamó dramatizando todo el cansancio del planeta—. Estábamos por llamar a la Interpol, mujer.
Amanda intentó sonreír, pero la sonrisa le salió torcida, demasiado cargada de culpa.
—No exageres, Rebeca…
Ethan se puso de pie en un movimiento lento, mientras dejaba el café en la mesa de centro con lentitud, c