No esperamos menos.
Me parecía una pésima idea dejar que Ethan se fuera a esa mesa.
No porque dudara de él —eso ya lo tenía claro—, sino porque Amanda había visto suficiente veneno en la vida como para reconocerlo aunque viniera servido en copas de cristal y sonrisas educadas.
Y allá, a dos mesas de distancia, el veneno estaba sentado en primera fila.
Una trifecta perfecta para arruinarle la digestión a cualquiera… y aun así, Ethan se sentaría con ellos como si no le debiera nada a nadie.
Como si su apellido fuera una armadura y no una herida vieja.
Las ganas de levantarse y vaciarles una copa entera encima —de esas que no manchan solo la tela, sino el orgullo— le nacieron con una facilidad alarmante.
Se imaginó el vino corriendo por un vestido caro, la cara de Rose congelada, la indignación de Katty convertida en chillido… y, por un segundo, la fantasía fue tan deliciosa que hasta le bajó el puls