Oye, te cuento: unos meses después de que Sol plantara esa rosa en la casa de mi padre, la manada se reunió y dijo algo que nos dejó todos con la piel de gallina — querían hacer una escuela. No una escuela como las de la ciudad, no, sino una nuestra: para que los niños aprendieran de verdad lo que significa ser de la manada — la historia de los lobos celestiales, cómo cuidar el bosque, cómo cantar las canciones antiguas y cómo cazar sin hacer daño.
Liam me miró y yo le dije: "Vamos, hacemoslo". Y claro, todos se pusieron las pilas. Rosa fue la primera en arreglar las salas de la casa vieja — puso mesas y sillas pequeñas que Marco le hizo, y decoró las paredes con flores secas que Sofia recolectó en el bosque. "Así se siente cálido", dijo Rosa, y tenía razón — cuando entrastebas, era como estar en un abrazo.
Elena se puso a coser libros de tela para los niños — no libros de papel duro, sino suaves, con dibujos que ella misma hizo con tinta de hojas. Dentro habían las historias que mi a