Mundo ficciónIniciar sesiónLos siguientes días fueron una locura de preparativos: pruebas de comida, selección de música, envío de invitaciones. Todos los círculos empresariales y sociales de la ciudad estaban hablando de la boda del heredero Mendoza con la hija mayor de los López — nadie esperaba que fuera Catalina en lugar de Jessy.
Pero Catalina no se preocupaba por los chismes. Se dedicaba a su investigación en secreto. Cada tarde, después de las pruebas de vestido, iba a lugares que Santiago frecuentaba antes del accidente: bares, restaurantes, su oficina. Un día, fue a un bar pequeño en el centro de la ciudad — Lucas le había dicho que era el lugar favorito de Santiago. Se sentó en una mesa de la esquina y pidió un café. Mientras esperaba, vio a una mujer con el cabello negro largo y ojos verdes, que estaba trabajando como camarera. Al verla, Catalina se quedó en silencio: la mujer llevaba un anillo de plata con una piedra azul igual que el que había encontrado en el coche de Santiago. Catalina se acercó a la barra y le habló a la mujer. "Hola. Me llamo Catalina. Soy amiga de Santiago Mendoza." La mujer se quedó tensa, pero sonrió con fuerza. "Santiago? No lo conozco." "Claro que sí," dijo Catalina, sacando el anillo de su bolsillo. "Este es tu anillo, ¿verdad? Lo encontré en su coche." La mujer miró el anillo y palideció. "No... no es mío." "Lo estoy viendo en tu mano," dijo Catalina, señalando el anillo que llevaba en el dedo meñique. "Es igual. ¿Qué estabas haciendo en el coche de Santiago el día del accidente?" La mujer miró hacia atrás, como si buscara ayuda, y luego bajó la voz. "Por favor... no le digas a nadie. Me llamo Valeria. Santiago y yo éramos amigos. Muy buenos amigos." "Amigos?" preguntó Catalina. "O algo más?" Valeria suspiró. "Algo más. Pero nadie lo sabía. Su madre nunca hubiera aceptado a una camarera como yo. El día del accidente, estábamos en su coche, hablando de lo que íbamos a hacer. Él quería dejar de ser el heredero, irse conmigo a otro país. Pero alguien nos vio. Alguien que no quería que eso pasara." "¿Quién?" preguntó Catalina. "No lo vi," dijo Valeria. "Pero escuché un ruido, y luego Santiago dijo que los frenos no funcionaban. Él me empujó fuera del coche justo antes de que chocara. Yo me hice daño en la pierna, pero sobreviví. Él no tuvo tanta suerte." Catalina se quedó en silencio. Valeria era una pista importante. Santiago quería escapar de su vida como heredero, y alguien lo había intentado matar por eso. "¿Por qué no lo dijiste a la policía?" preguntó. "Porque tuve miedo," dijo Valeria. "Alguien me llamó y me dijo que si hablaba, me mataría. Y me creí. Ahora lo siento mucho — tal vez si hubiera hablado, ya habríamos encontrado a quién lo hizo." "Yo voy a encontrar a quién lo hizo," dijo Catalina. "Prometo. Pero necesito tu ayuda. ¿Hay alguien que odiara a Santiago? Alguien que quería su puesto como heredero?" Valeria pensó por un momento. "Su primo, Diego Mendoza. Siempre estuvo celoso de él. Dijo varias veces que el imperio debería ser suyo. También... su madre. Elena nunca aceptó que Santiago quisiera escapar. Dijo que era su deber ser el heredero." Catalina asintió. Diego Mendoza y Elena Mendoza. Dos sospechosos. "Gracias, Valeria," dijo. "Cuida de ti. Si alguien te habla de esto, llama a mí." Le dio su número de teléfono y se fue del bar. Mientras conducía a casa, pensó en Valeria, en Diego y en Elena. ¿Cuál de ellos había manipulado los frenos de Santiago? ¿O era alguien más? Al llegar a la mansión, encontró a Carlos y a Elena Mendoza hablando en la sala. Elena miró a Catalina con ojos severos. "Catalina, tenemos que hablar. Los abogados han preparado el contrato de matrimonio. Tú te harás cargo de los negocios de Santiago mientras esté en coma. Pero si despierta, el control vuelve a él." "De acuerdo," dijo Catalina. "Pero quiero una cosa: el derecho a investigar el accidente de Santiago. Quiero saber la verdad." Elena se puso roja de rabia. "Ese asunto está cerrado. Fue un accidente." "Yo no lo creo," dijo Catalina. "Y si tú tienes algo que ver con eso, te lo prometo que lo descubriré." Carlos se levantó de golpe. "Catalina! Cuida tu lengua con la señora Mendoza." "Deja de protegerla, padre," dijo Catalina. "Tal vez tú también sabes algo." Carlos miró a sus ojos, con la cara pálida. "No sé nada. Nada." Catalina sonrió con frialdad. "Lo creeré cuando lo demuestres." Se dio media vuelta y se fue a su habitación. Sabía que ahora tenía más enemigos que amigos — pero no le importaba. La verdad era más importante que todo. Esa noche, recibió un mensaje de Lucas: "Cuidado. Mi madre y mi primo Diego se están preguntando por ti. Han visto que estás investigando." Catalina respondió: "No tengo miedo. Voy a encontrar la verdad."






