Ameline despertó sobresaltada al escuchar pasos acercándose a su celda, y se sentó rápidamente justo a tiempo para ver a Seth apoyarse contra los barrotes, mirándola con esos ojos serios e intrigantes que nunca delataban sus pensamientos.
—Tu cara sigue bastante inflamada… —murmuró él con voz baja.
—Sí, eso es lo que pasa cuando mandas a tu mastodonte a golpearme —dijo ella con rabia.
—Ya te dije que yo no quería que él te lastime.
—Y debo creerte ¿no? Así como tú me crees cuando yo te digo que no tengo tu estúpido reloj. —Le dio la espalda.
Lo oyó suspirar con fuerza.
—Creo que empiezo a entender por qué no me dices dónde está. Es porque estás protegiendo a alguien ¿no? Y seguro estás dispuesta hasta a morir por esa persona, para que pueda quedarse con mi reloj y ganar mucho dinero, es eso ¿no es así? Parece que eres ese tipo de persona, una protectora… una bastante ingenua, la verdad.
Ella volteó a verlo solo para rodar los ojos.
—Escucha, Einstein, descubriste que tengo amigo