Tiemblas por mí

Los dos días siguientes fueron horribles también, pero más soportables.

Beber solo un traguito de agua cada varias horas después de toda la sed que pasó era difícil, pero tenía un consuelo: en la canasta de comida había frutas.

Ameline no era la persona más educada del mundo, solo terminó la primaria, pero sabía que las frutas también contenían cierta agua.

Y él le dio no solo frutas, también carne, arroz, pollo, frijoles, dos yogures y varios bombones de chocolate…

—¿Quiere torturarme o mimarme? —se preguntó con ironía mientras balanceaba los pies por sobre la cama de la celda, comiéndose un bombón, lo cual era su última comida de la noche… o al menos estaba 75% segura de que debía ser de noche.

Era difícil contar las horas, pero según sus cálculos debían faltar unas doce horas para que volvieran, más o menos… así que podría dormir tranquila y luego esperar a que llegaran.

Luego de comer y beber un último sorbito de agua (ya le quedaba muy poco), se acostó a dormir con incertidumbre de qué pasaría cuando despertara, y estuvo varias horas dando vueltas hasta que pudo dormirse.

Se despertó al sentir un vaso de agua fría empapar su rostro de repente, jadeando y sentándose sobresaltada, escuchando la risa de Marco mientras salía de la celda.

Se limpió el rostro y lamió el agua de sus dedos patéticamente.

La verdad, aunque fue muy molesto, se sintió bien tener algo que hidratara su piel, ya que esa ducha solo lanzaba un poco de esa espantosa agua salada cada veinte horas.

De nuevo, Seth estaba acompañado de Marco y el otro grandote. Los tres se veían molestos.

“Maldita sea…”

—Trevor, la foto. —Seth estiró una mano y el otro grandulón, Trevor, le dio una foto, que Seth asomó por dentro de los barrotes—. Esa es Betty en el burdel que nos dijiste, preciosa.

Ameline se acercó a los barrotes, solo para jadear al ver la foto.

La persona en la foto era una anciana de mala cara y unos ochenta años de edad… que estaba en silla de ruedas.

—N-no puede ser… ¡e-esa no es Betty!

—Sí, eso pensamos. —Seth rodó los ojos y le devolvió la foto a Trevor—. ¿Ahora qué excusa nos darás, eh? Estás comenzando a agotar mi paciencia.

Amelie se quedó en blanco.

¿Betty le mintió sobre el burdel en el que estaba? ¿O acaso en su nombre?

Más importante, ¿qué podía decir para que no la mataran ahora?

Tragó saliva.

—P-puedo… ¿hacer un retrato hablado? Como esos de las películas…

—¡Eres una zorra mentirosa! —Marco pateó los barrotes y Ameline retrocedió, asustada—. ¡Dinos de una vez dónde está el maldito reloj!

—¡No lo tengo, es en serio! —Se pasó las manos por el rostro, no con desesperación, sino con rabia que una vez más se estaba apoderando de ella—. ¡¿Dónde M****A podría esconderlo?! ¡Soy indigente! —Se acercó a los barrotes y tomó del cuello de la camisa a Seth, que la miró con los ojos muy abiertos.

Trevor y Marco se lanzaron hacia adelante para quitársela de encima, pero Seth hizo una seña de que no se movieran.

Ameline estaba demasiado enfadada como para preguntarse el por qué de eso y se pegó más a los barrotes, jalando a Seth para que estuviera también contra los barrotes, llegando a que algunas partes de su cuerpo entraran en contacto.

—Escucha, imbécil, ¿no dijiste que me investigaste? ¿Por qué crees que me metía a hoteles? ¡No tengo casa! ¡Solo esa pocilga, como tú le dices! Si ya la revisaron, ¿dónde más podría haber metido tu baratija? ¡¿Y por qué te estaría mintiendo ahora?! ¡No quiero morir! ¡No quiero pasar más hambre de la que ya estuve pasando los últimos años y no quiero pasar esta horrible sed! ¡Si lo tuviera, ya te lo habría regresado!

Sacudió a Seth con furia con cada palabra que decía, pero él no reaccionó.

Como no decía nada, Ameline siguió hablando.

—¡Tienes razón, te robé porque pensé que eras un rico idiota! ¿Cómo no iba a pensar eso? Yo te miré con completo pánico porque me descubriste estando en un lugar que no debía y tú me disté una excusa tú mismo, creyéndome una prostituta y dándome todo ese dinero, pero luego me enteré que eras Don Mafioso Importante y pensé en huir, pero en el momento en el que me capturaste y me pediste que te diera todo, ¡quise dártelo!

—¡No soy ninguna valiente, solo quiero sobrevivir, es lo que siempre he querido desde que vivo en las malditas calles! Ya me tienes aquí, ya me torturas, ya me amenazas con matarme, ¿qué más se supone que quieres de mí? Ya te dije lo que pasó, mi amiga… o mi falsa amiga me robó las cosas, ¡eso es todo! ¡No puedo hacer más! —Finalmente lo soltó, dándose la vuelta y respirando agitadamente.

Todo el lugar se quedó en un pesado silencio un buen rato.

—Espera un momento —dijo de repente Seth—. Tú no sabías quién era yo, ¿cómo te enteraste de quien soy antes de que te encontráramos?

Ameline se estremeció.

No podía decirle de Kato, ¿qué tal si intentaban ir detrás de él? Nunca le haría eso.

—Escuché a uno de tus matones, obviamente… enviaste a mucha gente a buscarme —se inventó, nerviosa.

Seth entrecerró los ojos peligrosamente.

—No es cierto, tienes aliados, ¿no? Alguien que quiere cubrirte, alguien a quien podrías haberle dado mi reloj. —Seth golpeó los barrotes con fuerza—. Maldita sea, preciosa, solo dime la verdad, prometo no matar a quien sea que tiene mi reloj, pero dime ahora, o de lo contrario no solo lo mataré, sino que será una muerte lenta y dolorosa, tal como la que te espera si sigues mintiendo.

—¡Veté al diablo! —Ameline arrojó la canasta ya vacía hacia los barrotes—. ¡No tengo tu basura, maldito monstruo! ¡Ojalá te pudras en el infierno, criminal, mafioso, p-pito corto!

Marco y Trevor se quedaron boquiabiertos, mientras que Seth alzó mucho las cejas, sus ojos muy abiertos y llenos de ira e indignación.

—¿Disculpa? —Se acercó a la puerta de su celda y comenzó a abrirla—. Váyanse, yo me encargo de ella.

Trevor y Marco se retiraron rápidamente, casi como si tuvieran miedo.

Ameline se pegó a la pared, viendo con nerviosismo el arma en el cinturón de Seth.

Quizás se pasó al decirle eso, era una vil mentira, pero nadie amenazaba a Kato de esa forma en frente de ella, no iba a quedarse de brazos cruzados.

Seth se acercó a ella lentamente, metiendo las manos en los bolsillos, casi como si no quisiera mostrarse como una amenaza, pero Ameline sabía que realmente tenía las manos allí para sacar su arma y accionarla rápidamente de ser necesario.

Tragó saliva.

—¿Pito corto, en serio? No parecías pensar eso hace una semana, preciosa. —La miró con ojos oscurecidos y amenazantes.

—D-da igual, ya estuve con otros hombres y fueron mucho mejores que tú —mintió, cruzando los brazos y alzando la barbilla.

Por alguna razón, Seth pareció enfadarse muchísimo más, y de repente lo tuvo justo frente a ella, pegando sus manos sobre la pared detrás de su cabeza, tan cerca que sus bocas estaban ahora a solo pocos centímetros de distancia.

—¿Estás segura de lo que dices? Porque veo que sigues temblando ante mi presencia… tal como temblabas en mi cama debajo de mí mientras te hacía mía…

Ameline apartó la mirada, sin atreverse a verlo a los ojos.

—Tiemblo porque tienes un arma… imbécil.

—¿Y por qué la cara roja? Yo más bien creo que tiemblas por mí. —Tomó su barbilla y la obligó a mirarlo a la cara.

Ella se mordió el labio, sintiendo como su cuerpo se pegaba por completo al suyo.

Algo duro se pegó a su muslo, y dudaba que fuera su pistola.

No fue capaz de hablar, y de pronto tuvo sus labios sobre los suyos, besándola una vez más.

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