Seth podía ver que claramente Ameline estaba incrédula por lo que dijo, y no es que pudiera culparla, la verdad…
—No te estoy mintiendo —aseguró, suspirando—. La verdad, mi abuelo empezó como un traficante de armas, porque en la ciudad está prohibido que el ciudadano común las tenga, pero hay gente que quiere defenderse de los criminales porque no confía en la policía, ¿puedes culparlos?
Ameline cruzó los brazos.
—Aun así, dudo mucho que lo hagan porque son ángeles salvadores que se preocupan por la gente pobre. —Lo miró desconfiada.
Bueno, en ese sentido sí tenía mucha razón… ni siquiera Seth era de los que tenía mucha compasión por los que no podían pagar su protección, y eso a veces lo hacía sentir mal, pero él se había propuesto mejorar los ingresos de su organización, no podía ser como su padre que regalaba su trabajo y…
“Céntrate, Seth Rinaldi, tengo que convencerla ahora, luego tendré tiempo para autocompadecerme”, pensó con una mueca.
—No, no ayudamos a los pobres —le conf