Al día siguiente, Ameline decidió ir a ver a Emma al balcón, sabiendo que seguramente era solo otra arpía manipuladora que creía que podía usarla como varias habían intentado en el pasado, pero no quería desperdiciar esta oportunidad.
Si jugaba bien sus cartas, quizás podría averiguar qué era lo que realmente quería Emma, porque tenía que tener una razón para querer fingir ser su amiga ¿no?
Había sido agresiva y desagradable de la nada, y aunque su historia de que la creyó débil y tonta fue convincente (y también ofensiva), la verdad no le creía que estuviera arrepentida de tratarla mal, tenía cara de ser una maldita víbora.
Ameline caminó por el pasillo con pasos firmes, el sonido de sus zapatillas contra el mármol resonando en el silencio de la mañana, el aire fresco colándose por las ventanas abiertas. Al llegar al balcón, lo encontró bañado con la luz natural del día soleado, con el lago brillando a lo lejos como un espejo roto. Emma estaba allí, sentada en una silla de hierro