Ameline estaba sentada en un balcón de la mansión, el aire fresco de la mañana rozando su rostro mientras sostenía una taza de té de manzanilla entre las manos. El vestido azul claro que llevaba, holgado y cómodo para su embarazo de cinco meses, ondeaba ligeramente con la brisa. Frente a ella, Emma tomaba un sorbo de su propio té, sus ojos con un destello de complicidad brillando en ellos.
La luz del sol se filtraba a través de las enredaderas que colgaban del balcón, proyectando sombras suaves sobre la mesa de hierro forjado. Ameline respiró hondo, el aroma del té calmando los nervios que aún le crispaban el pecho tras la intensidad de la noche anterior.
—Emma, de verdad, gracias —dijo Ameline, su voz baja pero cargada de gratitud, dejando la taza en la mesa—. Sé que no te conté del todo qué estaba pasando ahí, pero te apegaste a lo que te pedí, y te lo agradezco de corazón, y... También gracias por no preguntarme qué rayos paso ahí apenas me viste, je...
Emma sonrió, una sonrisa p