Ameline miro a su alrededor, a los celulares y libretas llenos de notas sobre Claus Vidertti: sus horarios, los bares que frecuentaba, el campo de golf de su familia, incluso los nombres de los periodistas que escribían sobre él.
Prissy, a su lado, le lanzaba sonrisas de orgullo cada vez que notaba la expresión de asombro de Ameline. La charla era un torbellino de ideas, risas y planes afilados, cada palabra cargada de una energía que hacía que Ameline se sintiera viva, como si estuviera entre amigas de verdad por primera vez en toda la vida.
De repente, Clara, con su sonrisa traviesa, miró su celular y frunció el ceño, su sonrisa cayendo.
—Oh, no —dijo, su voz perdiendo un poco de su brillo habitual—. Mi niñera me está llamando. Mi pequeño debe estar haciendo un desastre. —Rió, pero había un toque de urgencia en su tono mientras guardaba su libreta en el bolso—. Chicas, me tengo que ir, pero esto no termina aquí. Nos reunimos mañana, ¿sí? Tenemos que seguir planeando cómo destrozar