Capítulo XXXIV

—¿Acaso la muerte quiere llevársela?

No, Oliver, no me refiero a salvarle la vida. Tampoco te explicaré con exactitud a qué me refiero con salvarla. El tiempo te lo dirá cuando sepa que estás predispuesto a entenderlo.

Tiemblo con fuerza.

Si estuviera en el pico de una montaña, estoy seguro de que esta gran bestia la rebasaría con facilidad.

Los picos de los abetos se agitan cuando exhala y la tierra retumba cuando se acomoda mejor en sus patas traseras, que consumen hectáreas de bosque, aunque parece que se funde con la naturaleza, como si fuera su sombra. Si no supiera que es él quien genera las réplicas, con gusto echaría a correr hacia un descampado por un supuesto terremoto. Las aves, temerosas y agitades, salen de sus nidos y se pierden en la lejanía.

Apoyado en una fuerte pata que podría ser del tamaño de la Torre Eiffel, el lobo blanco a duras penas destaca.

—Por favor, dígame cómo la salvo.

La ventisca que pr

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