Enfrento el castillo donde vive Aloysius rebosante de criadas y nobles, los cuales se desviven por mimarlo y darle todo en bandeja de plata. En un momento dado me pusieron unos grilletes en las muñecas; la cadena corroída sisea cada vez que me muevo. Volver a este maldito lugar me da ganas de vomitar.
El vampiro egocéntrico me empuja.
—Muévete, alimaña —gruñe cuando vuelve a empujarme.
Presiono los labios y camino.
La alta alcurnia nos observa desde los andenes, sus lujosas carrozas o desde detrás de las vitrinas de los establecimientos populares. Me encantaría verlos con odio. Por el rabillo del ojo alcanzo a divisar uno que otro esclavo o bolsa de sangre, lo sé por los collares que aprietan sus gargantas, que varían en colores y texturas para demostrar qué tan apetecibles son. Sí, los dividen por el sabor de su sangre. Estos malnacidos tienen una jerarqu&iacu