Capítulo LVIII

Breogán atraviesa la puerta y deja caer su peso en la silla de la mesa nueva que dispuse para que todos se sienten a comer sin incomodarse. Estira las puntas de su bigote mientras mastica la boquilla de su pipa. Marcus sigue dormido a los pies de nuestra cama y Brunilda está igual en su cama. Le sirvo una taza de té al viejo y me acerco para dársela.

—Gracias, muchacho. —Deja de masticar la pipa, que deja al lado del platito de la taza, sopla el vaho y le da un sorbo largo—. Ah, justo lo que necesito para calentarme.

—No hay de qué.

Se estira, apoya ahora todo su peso en el espaldar de la silla y se mece.

—Eres su pareja, ¿no es así?

Entumezco con la mano en el espaldar de mi silla. Estaba a punto de sentarme.

—Sí, lo soy. —Me siento por fin.

—Me alegra eso. —Lo miro ceñudo—. Ah, la diosa guerrera merece que la amen. —Mueve la mano para dejarla en el costado de su boca y se inclina—. No como otras —susurra con la vista fija en

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