Aria se retuerce entre las sábanas, su respiración es agitada, los ojos entreabiertos y su piel arde. Kael se sienta a su lado en la cama, con el corazón latiendo con fuerza, casi al mismo ritmo que el de ella. Puede oírlo, puede sentirlo. Cada latido es un llamado, una súplica, una advertencia.

—Aria… —murmura e intenta mantener su voz serena, pero es imposible cuando su aroma lo está por volver loco.

Ella no parece escucharlo. Su cuerpo se curva, los dedos se aferran a la tela de la cama, la respiración se vuelve jadeante, y un gemido involuntario escapa de su garganta. Kael coloca su mano sobre su frente. Está tan caliente que casi quema.

—Tranquila, mi amor —dice en un susurro, como si esas palabras pudieran detener el fuego que la consume.

Ryder ronronea tratando de consolar a su compañera. Los ojos de Aria están brillantes ahora, plateados, con un matiz salvaje que Kael no había visto desde hace años. Su loba se está manifestando.

—Duele… —replica ella, apenas consciente—. No en