Punto de vista de Isabella
Me miro en el espejo y, con movimientos suaves, me pongo los lentes. Mis ojos están cansados después de tantas horas de lectura; no es que tenga miopía, es solo que a veces la fatiga me vence.
Estoy en segundo año del instituto, pero a mis 16 años me siento más madura de lo que aparento. Me recojo el cabello rubio en una coleta alta, sintiendo cómo el tirón en la base de mi cuello me da una extraña sensación de control. Al maquillarme, resalto lo justo: un poco de rímel, algo de delineador, un toque de labial y listo. Siempre he sido femenina, y de niña me trataban como una princesita. Sin embargo, la partida de Max —que ahora está en la universidad preparándose para ser el próximo Alfa— me hizo cambiar. He aprendido a ser más fuerte y a valerme por mí misma.
En el colegio, muchos creían que mis buenas notas son solo por mi apellido; dicen que, por ser la hija del Alfa, mis logros son privilegios. Por eso decidí ocultar quién soy. Le pedí a mi madre que me in