El agua caliente caía en cascada sobre su espalda, marcando el contorno de cada cicatriz invisible. Isabella respiró hondo. Lento. Dejó que el vapor llenara el baño, como si pudiera disolver en él el peso que cargaba en el pecho.
Esa noche, después de la reunión, no quiso hablar con nadie. No con su padre. No con Rocío. Ni siquiera con Sofía.
Cerró la llave. Se quedó de pie unos segundos, completamente desnuda, con el corazón latiendo entre sus costillas como si se negara a seguir callando. Tomó una toalla, se secó sin prisa. No con rabia. No con vergüenza. Con respeto. Con cuidado.
Cuando salió del baño, se paró frente al espejo.