Isabella despertó entre sábanas suaves, sin más compañía que el murmullo del viento afuera. Sus labios estaban secos, pero su alma comenzaba a humedecerse de deseo por sí misma. No por alguien más. No por complacer. No para cumplir expectativas. Sino por una necesidad interna, nueva, como una semilla que germina en medio de un terreno que pensaba muerto.
Deslizó sus dedos por su vientre con suavidad, reconociendo el calor que se encendía. Por primera vez, no se sintió sucia ni avergonzada al buscar su propio cuerpo. Era suyo. Y estaba vivo.
Y ese temblor en su piel era prueba de que seguía siendo mujer, más allá del dolor. Más allá de los informes. Más all&a