Punto de vista de Isabella

Mi madre llamó al médico. Cree que estoy con algún virus, porque los hombres lobo no solemos enfermarnos así. Ella le mencionó que he tenido fiebre y pesadillas. Él quiere hacerme exámenes, pero yo no puedo permitirlo. No quiero que vean mi cuerpo. No quiero que descubran lo que me hicieron.

—Estoy bien… se me pasará solo —le dije con voz baja.

Mentí. Como siempre.

—Cuando me sienta mejor, iré al consultorio. Por ahora… solo necesito descansar.

Mi madre insiste. Me quiere obligar.

—¡Madre, por favor! —le grito entre lágrimas, la cabeza latiéndome del dolor—. Me duele... por favor, solo déjenme sola...

Cierro la puerta y me encierro. La oscuridad se vuelve mi refugio. El silencio es lo único que no me juzga.

Mis muñecas todavía tienen las marcas de Adán. Como si sus dedos me hubieran encadenado. Como si me hubiese sellado con su maldad. Mi cuerpo duele, pero es mi alma la que grita. Cada parte de mí está rota. Y no sé cómo juntar los pedazos.

Cuando Max vi