El encuentro con Julián Whitethorn se celebró en el corazón de la ciudad, en un parque antiguo y sombrío que servía como perfecto telón de fondo para un pacto clandestino. Eran la una de la madrugada. El único sonido era el murmullo distante del tráfico de la autopista y el crujir de las hojas secas bajo los elegantes zapatos de Julián. Alana vestía un simple abrigo de lana que la hacía parecer una estudiante, contrastando con el traje oscuro y sofisticado de Julián. Él era un enigma; un hombre de poder silencioso cuya editorial, Whitethorn Media, y su periódico principal, La Verdad Oculta, eran el azote de la élite corrupta. Su reputación no se basaba en el sensacionalismo, sino en la precisión quirúrgica de sus investigaciones.
—Abogada Torres. Nunca esperé que la esposa del Senador Alcántara me contactara. Creí que su lealtad, aunque rota públicamente, sería inquebrantable a nivel personal —dijo Julián, con una voz profunda que era, de alguna manera, extrañamente reconfortante en la oscuridad. Su tono no era acusador, sino de una fría evaluación profesional.
—Mi lealtad es con la justicia, Señor Whitethorn. Y la justicia me dice que Gabriel Alcántara es un fraude que usó a mi familia para ascender y que, además, podría ser responsable de la muerte de mi padre. Tengo en mi poder el Expediente Quimera, la prueba irrefutable de cómo él, Isabel Soler y su madre, Elisa, han estado blanqueando dinero sucio de grupos de interés para manipular las elecciones y comprar favores en el Tribunal Supremo. Quiero publicarlo, no como un tedioso informe legal, sino como una serie de artículos de investigación demoledores que la gente no pueda ignorar.
Julián alzó una ceja, el único signo de su asombro. Se tomó un momento, mirando a través de las ramas desnudas. —¿Por qué yo? Esto es dinamita. ¿Por qué no va a la Fiscalía, al Comité de Ética del Senado? Es su deber.
—Porque la Fiscalía ya está comprada por los Alcántara, Señor Whitethorn. Y el Senado ignoraría la verdad si viene de la exesposa despechada. Usted tiene el alcance y la credibilidad que yo no puedo tener ahora. Necesito que La Verdad Oculta valide el Expediente, le dé el peso de la investigación independiente y lo lance como un arma en el momento preciso. Si hago esto sola, Gabriel me hundirá, impugnará mi licencia y me acusará de traición política. No busco dinero. Busco la caída total de Gabriel y la red que lo protege.
Julián se echó hacia atrás, apoyándose contra la fría piedra de una fuente apagada, evaluándola no como una víctima, sino como una adversaria digna. El aire se cargó de una tensión intelectual, casi electrizante, pero no romántica. —Le propongo una alianza, Abogada. Yo publico el expediente. Le doy la protección de mi equipo legal y de seguridad. A cambio, usted se convierte en mi fuente anónima más importante. Y le doy algo más: el poder de moldear la narrativa. Juntos, haremos que el pueblo juzgue a Gabriel antes de que él pueda juzgarla a usted en los tribunales. Convertiremos el divorcio en un juicio moral. ¿Acepta este pacto de poder?
Alana sintió una oleada de adrenalina pura. Esto era más peligroso que cualquier sala de juicio, pero era el único camino hacia la verdad y hacia la redención del legado de su padre. —Acepto. Pero no quiero anonimato total. Quiero ser la sombra que lo guía. Soy la abogada que conoce sus secretos, sus debilidades y las leyes que él ha torcido. Usaremos sus propias tácticas de relaciones públicas en su contra. El Juicio de la Sombra ha comenzado, Señor Whitethorn. Y vamos a usar su propio juego de la imagen para destruirlo. Ella le entregó el microchip en un sobre sellado. Julián no lo tocó, sino que llamó de inmediato a un asistente de confianza para su custodia. Su profesionalismo y su cautela eran absolutos, sellando el trato con una seriedad sombría.