Alana regresó a su despacho al día siguiente, dispuesta a ejecutar la segunda fase de su plan: obtener acceso a los archivos de su padre en el Senado, el verdadero tesoro que Gabriel creía poseer. No pasó mucho tiempo antes de que Elisa de Alcántara, la suegra, la confrontara. Elisa no era una mujer emocional, sino una estratega implacable.

—Alana, el Senado ha recibido una extraña solicitud de acceso a los archivos privados del Juez Torres. Una solicitud legal, pero sospechosa. Sé que eres tú.

—Es mi derecho legal, Elisa. Soy la heredera de los bienes y la propiedad intelectual de mi padre.

—No seas ingenua. El matrimonio por contrato incluía una cláusula de exclusividad sobre esos archivos. Si los tocas, mi equipo legal te demandará por incumplimiento contractual y te costará tu licencia de abogada. Te quedarás sin nada y con tu carrera arruinada. ¡Firma el divorcio y acepta la indemnización!

Alana se mantuvo firme detrás de su escritorio. —¿Usted me está amenazando con una demanda por incumplimiento, Elisa? Perfecto. Mi contrademanda será por fraude electoral y malversación de fondos públicos. Tengo pruebas de que Gabriel usó fondos de la Fundación Torres para pagar sus viajes personales con Isabel Soler. Eso es malversación, y tiene una pena de cárcel.

Elisa, por primera vez, sintió el pánico. Las demandas civiles eran manejables; los cargos penales por corrupción, no.

—¿Qué quieres, Alana? ¡Habla claro!

—Quiero tres cosas: Uno, el divorcio se firma con el 50% de los bienes y sin cláusula de confidencialidad. Dos, acceso total a los archivos de mi padre en el Senado, sin interferencias. Tres, quiero la renuncia inmediata de Gabriel como Senador, por motivos de "salud mental". Si no se retira, lo hago caer yo. Este es mi ultimátum, Elisa. Tienes veinticuatro horas. Alana no estaba dispuesta a negociar. Sabía que al pedir la renuncia, estaba demostrando que su objetivo no era el dinero, sino el fin del poder corrupto de los Alcántara. Elisa se fue sin decir una palabra, sabiendo que acababa de perder la partida de póquer. La acción de Alana era precisa y mortal.

CAPÍTULO 5: La Portada que Detuvo al Senado (500+ palabras)

El reloj marcó la medianoche. El ultimátum de Alana había expirado. Gabriel no había renunciado.

A las seis de la mañana, mientras el país se preparaba para desayunar, la edición digital de La Verdad Oculta se hizo viral. El titular de portada, diseñado por Julián Whitethorn, era un martillazo: "EXPEDIENTE QUIMERA: El Senador Alcántara, su Prometida y el Cáncer de la Corrupción Anónima".

El artículo, magistralmente escrito, no era una simple acusación; era una narrativa forense. Detallaba con precisión la estructura de blanqueo de dinero que Gabriel e Isabel habían montado a través de fundaciones de caridad y empresas fantasma. El nombre de Alana no se mencionaba, pero su estilo legal y su conocimiento interno eran evidentes.

Gabriel Alcántara convocó una rueda de prensa de emergencia, su rostro demacrado, el carisma desvanecido. —¡Esto es una campaña de desprestigio orquestada por la oposición! ¡Es falso! ¡Es la rabia de una exesposa despechada!

Isabel Soler intentó defenderlo, pero sus palabras sonaban huecas y calculadas. —Mi fundación es transparente. Demandaremos al periódico por difamación.

ACCIÓN: En ese preciso momento, Julián Whitethorn intervino en la misma transmisión, no con un discurso, sino con una simple y devastadora imagen: el extracto de una transferencia bancaria de la Fundación de Isabel a una cuenta personal de Gabriel, etiquetada como “Regalo de Compromiso”.

—Señor Alcántara, ¿es su prometida quien le paga sus deudas personales a través de una fundación de caridad? El pueblo juzgará —dijo Julián, con una calma aterradora.

El impacto fue inmediato. Los donantes clave se retiraron. La campaña de Gabriel se detuvo en seco. Alana, viendo la transmisión en su despacho, sonrió. La acción mediática había logrado más en un día que los tribunales en un año. Julián había probado ser el aliado perfecto.