Alana se encontraba en la mansión familiar, que ahora sentía como una prisión de oro. Había recuperado el relicario de plata, el supuesto contenedor de las cenizas de su padre, el Juez Torres. En la quietud de la noche, extrajo el microchip. No contenía secretos militares, sino la base de datos de casos de corrupción política que su padre había investigado antes de su misteriosa muerte, etiquetados como “Expediente Quimera”. La muerte de su padre, archivada oficialmente como un ataque al corazón, ahora parecía ser, con una certeza glacial, un asesinato orquestado para silenciar su trabajo contra las élites. Gabriel no solo se había casado con ella para usar su nombre, sino para acceder a este expediente y enterrarlo para siempre.
Mientras conectaba el chip a una computadora portátil encriptada, la luz fría de la pantalla iluminó los datos. El Expediente Quimera era un mapa de poder, con transcripciones encriptadas, fechas de reuniones secretas y el nombre de dos jueces del Tribunal Supremo que habían sido sobornados sistemáticamente para ignorar el trabajo del Juez Torres. La ambición de Gabriel y la avaricia de Elisa se extendían mucho más allá de lo personal.
En ese momento de máxima concentración, la puerta de su estudio se abrió sin previo aviso. Era Diana Alcántara, la hermana menor de Gabriel, una mujer superficial y consumista que siempre había despreciado a Alana por su intelecto, pero que ahora estaba visiblemente pálida.
—¿Leyendo los archivos de papá, Alana? Deberías concentrarte en firmar esos papeles del divorcio. O terminarás sin nada. La verdad es que siempre fuiste una molestia para Gabriel. Él te usó.
—La verdad, Diana, es que la única molestia aquí es la deuda que tu hermano tiene con ciertos grupos de interés que financiaron su última campaña. Y ese expediente va a exponer a tu familia entera, no solo a Gabriel.
Diana, visiblemente nerviosa, intentó tomar la laptop. Alana la detuvo con un movimiento rápido y entrenado. Como abogada penalista, sabía exactamente cómo manejar una amenaza física. Diana farfulló: —Si no te deshaces de eso, la ruina de Gabriel nos arrastrará a todos. ¡Y tú serás la paria que destruyó a la familia por mero resentimiento! No te das cuenta del poder que enfrentas.
—Ni lo intentes, Diana. Soy abogada y sé que esto cuenta como acoso y robo de propiedad intelectual. Vete a dormir o te presento una orden de restricción que te dejará fuera de la línea de sucesión del patrimonio familiar.
Diana salió maldiciendo en voz baja, entendiendo que Alana ya no era la esposa dócil que recordaba. Alana no perdió tiempo. Abrió el Expediente Quimera y encontró la clave de todo: una lista detallada de donantes anónimos que canalizaban millones a través de fundaciones de caridad que Isabel Soler administraba, el "Sistema de Blanqueo de Votos". Este sistema no solo financiaba la campaña, sino que también compraba voluntades en el Senado y silenciaba investigaciones en la Fiscalía. El rostro de Gabriel era una máscara, y el cerebro detrás de la operación era Isabel, quien había perfeccionado la técnica para desviar fondos estatales hacia el bolsillo de su prometido. Alana sabía que no podía confiar en el sistema judicial. Gabriel y Elisa tenían demasiada influencia y control. Necesitaba una acción pública, un arma mediática. Su objetivo era destrozar la imagen de Gabriel antes de que pudiera ganar las elecciones. Y para eso, necesitaba a Julián Whitethorn. Su encuentro estaba programado en el anonimato de un parque, una hora después de la medianoche. El juego había comenzado, y las reglas las dictaba la verdad.