Vlad se puso un poco de crema hidratante en las manos y empezó a esparcirla en el suculento muslo de Sam. Para mayor facilidad, se había acomodado la pierna en su hombro, así estaba a su entera disposición y tenía una vista privilegiada de su esposa tendida en la cama.
—¡Qué rico masaje, Vlad!
—¿Hay algo que yo te haga y que no sea rico? —se cuestionó con humildad—. Creo que no y ya no tengo problemas de memoria.
—En eso estoy de acuerdo contigo, amor.
—Lo mismo aplica para ti, Sam. El credito no es sólo mío, tú me inspiras a ser un mejor amante.
Sam se carcajeó y cambió de pierna. Mientras Vlad desplegaba todo su talento en temas masajísticos, ella le jaló una oreja con los dedos de los pies y rio a más no poder.
—Sam, no me jodas. Arruinas la tensión sexual con tus boberías.
—Es que no pude evitarlo. Ya voy a concentrarme, se me acaban de ocurrir algunas ideas.
Con los inquietos dedos de sus pies, empezó a desabotonarle la camisa. Sus movimientos eran lentos y torpes, pero sorpresiv